La escritora Belkys Rodríguez, junto a su novela y mientras se realizó esta entrevista. C7

Belkys Rodríguez: «El novelista es un explorador de la condición humana»

La escritora participará en el Observatorio Negro Criminal de Fuerteventura, del 25 al 27 de septiembre, con su novela 'La hija de Yemayá'

Felipe García Landín

Las Palmas de Gran Canaria

Martes, 16 de septiembre 2025, 00:11

Quedamos para un buchito de café, lo que nos permite hablar de literatura y de amistad. El poeta Manuel Díaz Martínez y el novelista Alexis Ravelo apadrinaron en vida a Belkys Rodríguez Blanco (Batabanó, Cuba, 1968) y están muy presentes en la conversación. 'La hija de Yemayá', su primera novela negra, ha sido publicada por la editorial El Ateje, un puente entre la literatura cubana y el exilio, y distribuida por la plataforma Amazon.

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-Tengo la impresión de que 'La hija de Yemayá' ha sido un reto.

-Me sedujo la novela negra desde que leí por primera vez a Henning Mankell, pero nunca pensé en escribir una novela negra hasta que la escritora Carmen Nieto me animó. Para desarrollar la historia usé tres cuentos creados en los talleres de escritura de Alexis Ravelo. A medida que iba dándole forma al argumento fueron apareciendo otros personajes, los cuentos de mi padre sobre el pueblo donde nací, las historias habaneras de Manuel y de Leonardo Padura, Miguel Barroso o Mayra Montero que remataron la faena. Verdaderamente fue un embarazo de riesgo porque yo vengo del cuento breve y de las historias para niños, pero estoy contenta con la criatura. Ahora habrá que ver lo que opinan los lectores.

-La novela se abre con unos versos de Georgina Herrera muy reveladores: «Lo que les quema la garganta son las ganas de justicia».

-Buscaba una frase o un verso de alguna escritora cubana que resumiera mi sentir y la esencia de esta novela. Aunque esas ganas te quemen el alma no siempre se hace justicia. Sin embargo, hablar de lo que nos parece injusto lleva implícito el anhelo y la esperanza de un mundo más justo.

-Yemayá es una deidad femenina de la religión yoruba y de la santería que marca el devenir de la trama narrativa.

-Los cubanos somos una mezcla riquísima de razas y culturas que ha marcado nuestra identidad. En Cuba decimos: «Aquí el que no tiene de congo tiene de carabalí», refiriéndonos a la herencia africana y al mestizaje cultural. Yemayá, o la Virgen de Regla en la religión católica, se convierte en un personaje más dentro de la trama. Arropa y consuela sobre todo a los personajes que en ella creen. Indiscutiblemente esta novela tiene un alma femenina. Un día mi abuela me contó que a su abuela materna la había matado su marido por celos, en un pueblo perdido de la geografía cubana. Eso continúa sucediendo hoy en Cuba y en muchos lugares del mundo. Hay una violencia estructural que desgraciadamente no cesa. Lucía, la protagonista, es una mujer con un pasado complicado, que se sabe bella y deseada y se marcha a la capital con un proxeneta para poner fin a sus penurias. En La Habana tiene que sobrevivir en un mundo despiadado. Desde hace muchos años las llamadas jineteras salen a la calle en busca de los dólares de un extranjero que, con suerte, las sacará del país. Lucía no tenía alternativas; ellas, tampoco. Bueno, el tema de las jineteras da para otra novela negra.

-Podría decirse que es un 'thriller' psicológico y social.

-Sí, me propuse ahondar en las emociones de los personajes, en sus miedos, sus traumas. En la novela cada cual arrastra su cruz e intenta sobrevivir como puede o como le dejan. No sólo las mujeres sufren las consecuencias de la violencia y las vejaciones. El personaje del proxeneta también es una víctima de su pasado y por eso navega en un mar de dudas, de contradicciones, intentando ir por la vida como un tipo duro, con una coraza que lo proteja de sus propias debilidades. Desgraciadamente, el racismo, la desigualdad de clases, el sexismo y la discriminación no se quedaron en el pasado. Son lacras presentes. Padura, por ejemplo, traspasa el discurso oficial y las retrata muy bien en sus novelas.

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-Lleva usted muy adentro su Cuba, sus olores, sus colores...

-Manuel Díaz Martínez me recordaba siempre que la patria es la infancia. Los que nos hemos tenido que marchar llevamos dentro el terruño, aunque hayamos convivido con otros idiomas y culturas. Por mucho que nos duelan las cosas que pasan en Cuba, nuestras raíces y nuestra esencia están allí. Cuando voy llegando al final del malecón de Las Palmas, sentido sur, me digo: ¿Dónde está el faro del Morro? Supongo que nos pasa a muchos. Lo bonito es adaptarse y ser felices en la tierra que nos acoge y nos da la posibilidad de ser libres.

-Y el habla. Y los diálogos, que usted maneja muy bien.

-Alexis Ravelo nos decía que cada cual tenía que escribir en su idioma. Si no escribiera en cubano no me sentiría cómoda ni auténtica. Los diálogos son un reto. Tienes que convencer al lector de que no eres tú, sino los personajes los que llevan las riendas de las situaciones. Hay vocablos que pertenecen al habla coloquial de mi país y, sin dar explicaciones, tienes que saber manejar el discurso para que se entiendan dentro del contexto. Es un trabajo de orfebre, que requiere investigación, muchas lecturas y muchas horas frente al ordenador.

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-¿Son los escritores quienes inventan las ciudades?

-Para Padura, La Habana es el sitio donde se escribe y se padece, el lugar del mundo al que se pertenece como una bendición o una fatalidad inapelables. Lo cierto es que tanto los que escriben allí, como los que lo hacemos en la distancia, llevamos La Habana como un tatuaje en el alma; no puedes desprenderte de su esencia, de sus olores, de la sensualidad de sus gentes, de la algarabía en sus calles, de los colores y de ese mestizaje racial y cultural que vibra al compás de la música. Al final te agarras a La Habana como un náufrago a su tabla y esperas volver algún día y encontrarla renovada.

-Un personaje central de la historia es Madame Sorel.

-Un chino cubano transformista llamado Julio Chang que cantaba con su propia voz, me dio juego para crear este personaje. Se decía de él que era un mito de la perfección del transformismo cubano. Lo descubrí en un artículo periodístico y me cautivó. Madame Sorel o Madame Musmé, su nombre artístico real y alter ego, es un ejemplo de ese mestizaje cultural que pervive en mi país. Un chino que canta boleros imitando la voz y el estilo de la gran Olga Guillot. Me pareció algo extraordinario. Por supuesto, la historia que cuento sobre él es pura ficción.

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-La narración transcurre a finales de 1958, pero en la novela el movimiento revolucionario no triunfa.

-Sí, eché mano de la ucronía para cambiar un hecho histórico. Retrasé el triunfo de la revolución a mi conveniencia. Necesitaba que los prostíbulos y los casinos continuaran existiendo, también los pequeños negocios que luego del triunfo de la revolución fueron intervenidos. Necesitaba que el alma de esa época, que fue también de un gran esplendor económico, perdurara en el tiempo para poder seguir desarrollando la trama y sus personajes. Mi marido, que es un gran lector, me lo sugirió.

-Para Milan Kundera la novela no examina la realidad, sino la existencia.

- Creo que para él la novela era un espacio de suspensión del juicio moral y un medio para capturar la ambigüedad y relatividad de la condición humana, en contraste con el panfleto y el registro moralista. Pienso que el novelista es un explorador de la condición humana. Es un chismoso que siempre tiene el oído atento para escuchar historias de otros que luego cuenta mezclando ficción y realidad.

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