
Russel, el perro detector de serpientes que protege el ecosistema de Gran Canaria
El pastor belga participa en el proyecto STOPCULEBRAREAL con el objetivo de localizar ejemplares de esta especie invasora gracias al olfato canino
Aquí, entre las rocas calcinadas por el sol y las sombras fugaces de los acebuches del barranco de San Miguel, en Valsequillo, no todo es lo que parece. Bajo tierra, silenciosa y esquiva, se oculta una colonizadora silenciosa que lleva años propagándose por Gran Canaria: la culebra real de California. Y frente a ella, uno de los protagonistas inesperados de esta batalla no lleva uniforme ni equipo técnico. Tiene rabo, hocico y su única recompensa es una pelota. Se llama Russel, un pastor belga malinois de mirada afilada y con olfato para lo que no se ve.
En esta ocasión, su compañera Mamba -una mestiza de labrador con la que hace tándem- espera en el coche, bien ventilado y con agua fresca. «No puedo llevar a los dos a la vez. Si encuentran algo al mismo tiempo y se separan, no llego a tiempo para localizar a la serpiente. Tienen que estar cerca de mí», explica Alejandro Sánchez, guía canino.
Junto a Russell y Mamba, los técnicos Jorge Fernando Saavedra, José Miguel Sánchez y Alejandro integran la unidad canina del proyecto de control de la culebra real, una iniciativa pionera financiada a medias por el Cabildo y el Gobierno de Canarias. Este proyecto recurre al extraordinario olfato de los perros para detectar a la serpiente real, una especie invasora que amenaza a la biodiversidad de Gran Canaria.
Así localizan los perros a las serpientes
La escena parece sacada de una película. Alejandro camina con atención, sus sentidos concentrados en el pastor belga: observa el viento, los gestos del perro, los cambios más sutiles del can... A su lado Russel rastrea con instinto agudo, buscando algo que nadie más puede ver ni oler. «Para ellos esto es un juego. Cuando encuentran a la serpiente reciben como premio una pelota. Si es un lagarto o cualquier otra cosa, no hay recompensa», explica Alejandro.

La herramienta más sofisticada del equipo cabe en la palma de una mano: un receptor que rastrea los movimientos de dos serpientes a las que se le han instalado transmisores. «Eso nos da muchísima información. Sabemos por dónde se mueven, cuándo salen a la superficie... Y así podemos entrenar a los perros en condiciones reales», explica Alejandro.
Cuando el número de latencia del receptor que capta la señal del transmisor se eleva significa que la serpiente está cerca. Entonces el guía saca una pelota de goma que se convierte en la clave de todo. Ese es el método. Asociar el olor de la serpiente con un refuerzo positivo para el perro. Solo si el hallazgo es correcto llega la recompensa. Así, poco a poco, aprende a distinguir lo que se busca de lo que no. Con cada paso se afina el olfato.


En este momento Russel encuentra la serpiente que muestra el receptor y recibe animado su recompensa. El guía canino comenta que el can ya tiene experiencia en el terreno: empezó a los tres años y ya ronda los siete.
Hay un tipo de cariño entre ambos que no necesita adjetivos. De hecho, no se aprende en cursos ni se construye solo en las horas de trabajo. Se forja en lo cotidiano. Porque sí, Russel y Mamba viven con Alejandro y su pareja, bajo el mismo techo. Duermen con ellos. Comparten casa, rutina y hasta vacaciones. «De lunes a viernes trabajamos, pero los fines de semana son para ellos. Nos vamos a la playa, corren, se mojan, se olvidan del oficio por unas horas», cuenta. Y no lo dice como una concesión, sino como una necesidad.
El técnico del equipo Jorge Fernando Saavedra lo resume con una frase breve pero cargada de sentido: «Alejandro es especial. Este trabajo es su vida. Vive por y para los perros». Y no es una exageración. Su día gira en torno a ellos: su alimentación, su estado de ánimo, su motivación. «No son una herramienta. También tienen sentimientos. Y hay que cuidarlos», insiste el guía con una claridad que no deja margen para el utilitarismo.
Esa filosofía impregna todo. En el campo, cada gesto de Alejandro hacia Russel -el tono con que le habla, la forma en que anticipa sus reacciones- revela una conexión que va más allá del adiestramiento. Es un vínculo construido con paciencia, respeto y tiempo compartido: «Los perros no son máquinas. Hay días que están más centrados y otros no tanto. Como cualquiera de nosotros. Por eso es tan importante conocerlos, saber leerlos».
Russel y su compañera labradora Mamba viven con Alejandro. Comparten trabajo, casa, rutina y los fin de semanas de playa.
Además de estos dos canes, Dubai, Goku y Google -el pequeño del grupo- completan el equipo. «Se eligen perros con determinadas aptitudes. Hay razas más preparadas, sí, pero sobre todo buscamos perfiles que encajen», remarca Alejandro.
El entrenamiento no es cuestión de días. Asociar un olor puede llevar un mes. El reto real es que lo reconozcan en distintos entornos: campo, casas, coches. Porque las serpientes, cuando aparecen, no avisan. Para los perros cada jornada es entrenamiento. Cuando no hay culebras que buscar, el olor viene en tarros con ejemplares conservados. «Lo importante es que sigan oliendo, practicando. En campo abierto es más complicado que en zonas acotadas. Ahí todavía hay camino por recorrer», reconoce Alejandro.
Objetivo: frenar a la culebra real
Su labor se entrelaza con la del resto del grupo que cada día sale al terreno. Porque el control de la culebra real de California en Gran Canaria no se improvisa. Se sustenta, entre otros pilares, en el rastreo activo como el que hace Russel y el trampeo.
La búsqueda se realiza diariamente en los los núcleos ya detectados, mientras que las trampas se colocan estratégicamente en lugares donde los canes olfatean y se revisan con periodicidad. Todo ello está coordinado por este equipo, que trabaja en campos como el barranco de San Miguel o en ciudad desplegando cuadrillas en cada una de las zonas afectadas. Y no son pocas.
El núcleo primario, el más antiguo, se localiza desde 1998 entre los municipios de Telde, Valsequillo, Santa Brígida, San Mateo y Las Palmas de Gran Canaria. El segundo se detectó en 2005, en Gáldar y Agaete. Luego vino el tercero, en 2015, en San Bartolomé de Tirajana y Mogán. Y el más reciente, el cuarto, surgió en 2018 en el barranco de Guiniguada, también en la capital.
Todo este engranaje técnico y humano trabaja con un objetivo compartido: frenar la expansión silenciosa de esta especie invasora en Gran Canaria.

Una batalla que también se libra con datos
La culebra real de California es escurridiza y lleva décadas colonizando la isla. Liberada a finales del siglo XX, ha encontrado en Gran Canaria su paraíso: buen clima, comida abundante, cero depredadores. ¿Consecuencias? Supone una amenaza directa a especies endémicas como el lagarto gigante de Gran Canaria y la lisa. El primero ha entrado en peligro crítico de extinción y la segunda, en situación de riesgo.
Desde 2007 las campañas de control intentan frenar su avance. Y mayo de este año fue un mes histórico: 802 ejemplares capturados, la mayor cifra en un mes desde que existen registros. Solo el día 7 se cogieron 56 serpientes, la cifra más alta en una sola jornada. La lluvia seguida de sol las sacó de sus madrigueras, y los perros, el equipo y los ciudadanos estuvieron allí para encontrarlas.
Entre los días 6 y 9 de mayo se recogieron 173 serpientes distribuidas en los cuatro núcleos principales de esta especie invasora. Pero el trabajo no es solo de cuadrillas: la colaboración ciudadana es clave. Avisar a Gesplan, no matar ni trasladar serpientes y usar la app cuando se detectan. Porque si una culebra aparece, puede que haya más.

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