De España dicen que dijo Felipe II que era un imperio en donde no se ponía el sol, un periodo histórico que le gusta rememorar, con las notables incorrecciones y mentiras que caracterizan su perfil público, a Pablo Casado. Ni me rasgo las vestiduras ni creo que hoy se pueda explicar aquel contexto en un tono dramático. Pero me llama la atención que aquellos que le quieren poner puertas a las personas que se tiran a la mar y llegan a nuestras costas para huir de la miseria y la represión, hoy quieran justipreciar la memoria de aquellos que lo hicieron muchos siglos atrás para, con violencia letal, desembarcar en territorios de ultramar y despojar a los pueblos indígenas de América de su libertad y patrimonio cultural.
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Quizá aquellos colonizadores inventaron la inmigración, pero a diferencia de los que hoy arriesgan su vida en el mar para huir de la miseria o el abuso de castas, solo lo hicieron para saciar la ambición y la sed de sangre de sus gobernantes.
Y en este punto, con la distancia de los siglos, sorprende cómo el discurso racista se va apropiando del campo de batalla.
El último gesto en Canarias, donde el Gobierno en minoría de Fernando Clavijo llama a la solidaridad, pero repartida entre otros pueblos que estén lejos del archipiélago. Ellos, los de Coalición, que empuñan la bandera de las siete estrellas verdes y usan a los inmigrantes canarios en Venezuela como caladero electoral.
El año que viene se cumplirán 100 años de la tragedia del Valbanera, que se hundió a una velocidad todavía hoy misteriosa en aguas del Caribe. Allí más de 400 canarios perecieron, centenares de isleños que salieron de las islas buscando una vida mejor fuera del archipiélago. Buscando una solidaridad a la que hoy le damos la espalda.
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