La vuelta de Pedro Sánchez a la dirección del PSOE, el debate de la moción de censura presentada contra Rajoy por Podemos y la selección de liderazgos internos en ambas formaciones tienen entretenidos a los progres. La izquierda es el debate, otra vez.
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Los ciclos de la política son cortos, por mucho que los dirigentes perduren en el tiempo. La renovación de ideas es más complicada que el cambio de cualquier dirección federal, como se ha podido demostrar desde que la socialdemocracia encalló. Cacareo vamos a tener con dos gallos en el corral.
Los ejercicios de control de los aparatos políticos tratan de llegar a fin de año con las filas ordenadas para la próxima batalla. El espacio se aborda en clave de espectáculo, que para eso manejan códigos de la nueva era digital los implicados. No se trata de tener razón, sino de domesticar los ríos que desembocan en el poder, y sus afluentes. No se trata tanto de transformar la realidad, como de construir un nuevo relato al que acomodar al risueño seguidor. Teatro, mucho teatro, frente a las urgencias de la prole. Todavía no se ha conocido iniciativa alguna (consistente, o sea, con capacidad de convocar mayorías ahora que nada es absoluto en el reino), que obligue a devolver aquellos 60.000 millones de euros. Los prestó usted, querido contribuyente, aunque no lo recuerde.
El PSOE, urgido por su historia, trata de recomponer su patrimonio levantando de nuevo sus puños y sus rosas. Podemos pasea sus almas cándidas adornadas con flores, como si aún no haya experimentado la necesitad de hacerse responsable de sus actos. No es que tengan miedo al ejercicio del poder; es que les atrae la propaganda como herramienta de trabajo.
También Canarias arrastra su sombra. Qué extraña precariedad florece entre tantas oportunidades perdidas.
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