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Me hago mayor. Segunda parte. De camino irremediablemente hacia las cuatro décadas, ahora recuerdo aquellos veranos. Es síntoma inequívoco de la llegada del otoño cuando comienza a nevar en tu cabeza y la nostalgia entra en casa sin necesidad de abrirle la puerta. Se cuela por cualquier ranura, como las hormigas cuando encuentran comida o huelen (?) a muerto. Aquellos veranos. Como si este o algunos atrás hubiesen dejado de serlo.

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Veranos de sol, pero también de luna. De risas y riñas en la calle, polvorientas tardes de balón y trapicheos. Veranos de arena. Veranos de calamares, las de los pies. Veranos de olor a sal e inocencia. También de fuego entre las piernas. Veranos en las calles hasta la una, las dos y las tres. O casa de los vecinos. De hablar por hablar. Veranos de abuelos. De peleas de hermanos. Veranos de nocilla y helados. Veranos sin prisas. Veranos de tres meses.

El zumbido del ventilador, la banda sonora de aquellos veranos. De siestas de tres horas. O cuatro. Veranos de melón, sandía y papaya. Veranos de Verano Azul. Muchos veranos de Verano Azul. Veranos de bicicleta, estampas de Prosinecki, Bakero o Abadía. Veranos de escondite, Oliver y Benji, el codazo de Tassotti a Luis Enrique, de hogueras y petardos.

Veranos de excursiones al pueblo de al lado y en pandilla. De labios rotos, cejas deshilachadas y rodillas en carne viva. Veranos de viajes transoceánicos al sur desde las 8 de la mañana en familia. Veranos ochenteros. De toalla, sombrilla y nevera. De tortilla de arena y salitre. Veranos embadurnados de bronceador y rozaduras del bañador. Veranos de turistas de calcetines blancos, tostados color cangrejo y borrachera mañanera. Veranos en los que jugábamos a ser mayores. Soñábamos con tener 18 años o más. Veranos de inconsciencia. Veranos que no volverán.

Solo es nostalgia tras recorrer un camino, el balance antes de iniciar otro que queda por recorrer. Hay quien ansía una vuelta a la niñez, a ese momento en el que somos felices sin cortapisas, en el que las preocupaciones de adultos no existen, donde solo tienes un objetivo en la vida: jugar y pasarlo bien. Que vuelva a amanecer.

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Si algún adolescente ha llegado a estas líneas (yo a su edad no lo hubiese hecho), es tiempo de verano. De salir a la calle. El verano es para besar, y para olvidar. El verano es para equivocarse. El verano también es septiembre. El verano es el mejor antídoto al invierno. Que siempre llega. A todos. No olvides nunca los veranos. Agárralo fuerte. Que no vuelven.

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