Al colegio de Artenara llegarán sólo dos nuevos alumnos en septiembre. Otros dos fichajes se incorporan al colegio de Tejeda. En más de 200 kilómetros cuadrados a la redonda de la cumbre de Gran Canaria, sólo quedan abiertas esas dos escuelas. La tendencia no tiene visos de cambiar; el año pasado, ninguno de esos dos centros escolares superó la veintena de estudiantes, y nada hace pensar que en los próximos años la dinámica mejore.
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El conjunto del Archipiélago registró el año pasado 3.062 alumnos menos, de los cuales 2.181 se descontaron en la isla redonda, un porcentaje que supone el 71% del total. O lo que es lo mismo, Gran Canaria acumuló tres de cada cuatro plazas escolares perdidas, y este año la cosa no barrunta muy distinta. El fenómeno no es exclusivo; Garafía, por ejemplo, en el norte de La Palma, tiene sólo un alumno nuevo más, y a los dos colegios de Betancuria sólo ha llegado un voluntario en edad de aprender. No un alumno a cada colegio; sólo uno para los dos. Las estadísticas dirán que llega medio niño nuevo a cada centro, pero no. Es sólo uno en todo el municipio majorero. Un héroe.
Es una evidencia que Canarias envejece, pero la única respuesta conocida no puede limitarse a habilitar más plazas en centros de mayores. Durante un tiempo, el nacionalismo gobernante se concentró en reclamar prioridad a los canarios en la contratación, en frenar la inmigración y todo eso. Vano intento, porque la población isleña crece artificialmente, sólo gracias a la mano de obra de importación.
El monocultivo del turismo no sólo desplaza a los turistas. También fomenta la concentración urbana, acelerando procesos ya iniciados con la agricultura de exportación. Ese paisaje de escuelas vacías acelera la decadencia, pueblos sin memoria reducidos a parques temáticos. Identidad de cartón piedra.
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