Circula por ahí un video de promoción de Gran Canaria que no tiene desperdicio. Un solitario personaje, émulo del buen salvaje y mochila de cuero (como Clavijo pero en plan hippy), recorre idílicos parajes sin tropezar con un solo vecino. De fondo, una voz profunda narra un cuento de pretenciosa licencia paisajística. Las imágenes de rincones isleños contemplados a golpe de dron, no advierten al turista de que esa perspectiva sólo está al alcance de los pájaros. A ras de tierra, deben saber, pueden encontrarse más serpientes que dragones, por seguir el argumento.
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De los créditos finales se deduce que el retablo pertenece al Cabildo de Gran Canaria, sección Patronato de Turismo o similar. Está descrito desde hace décadas en las ciencias sociales el fenómeno de la aculturación, ese proceso que lleva a determinados grupos a despreciar sus costumbres y tradiciones para incorporar valores ajenos, reflejo del deterioro de su propia identidad. Lo infeccioso, en este caso, es que la impulsora del camelo sea una institución pública que se viste con siete estrellas verdes.
El retrato que transmite el pretendido reclamo publicitario lo clava en poco más de tres minutos. Por lo que dice de la isla, por lo que no dice y por la forma en que lo dice. Todo lo resume la expresión final del locutor, con una dicción de castellano peninsular que ya es difícil de encontrar en el mismo Valladolid. «Venid», remata el incauto. A estas alturas, era de esperar que todos los nacionalistas lo supieran. Cada vez que en Canarias alguien usa el «vosotros», muere un baifo. O dos, si usa la voz imperativa.
La renuncia al habla autóctona en los gestores de «obediencia canaria» no es nueva. El engendro reciente de la «sitycleta», en la capital grancanaria, es otra muestra de este proceso degenerativo. No es que hablen mal. Es que no saben lo que dicen, con tal de parecer simpáticos.
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