El directo no te abandona
Cuando los directos languidecen. Cuando acudir a un concierto parece haber perdido peso entre las prioridades y los gustos de la población. En unos casos muchos, por desgracia por la imposibilidad de hacer frente a los precios de las entradas.
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En otros, porque cada día cobra mayor peso la idea de que no merece la pena acudir a ver al artista o grupo en cuestión, porque la experiencia no supera la de escuchar y ver en casa la descarga de Internet (legal o ilegal, según los gustos). Cuando esto y la propia voracidad de la industria musical ha llevado al sector a vivir un presente y un futuro negro... llega Sting y todas estas ideas se tambalean.
Por supuesto que habrá excepciones. Incluso muchos no compartirán la idea de quien esto firma, pero me resulta complicado encontrar a alguien que afirme que no mereció la pena ver en directo al músico británico junto a la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria (OFGC).
Alguien que no se haya reencontrado con la magia del directo. Que no haya descubierto o redescubierto que un artista sobre un escenario siempre y cuando sea talentoso, por supuesto, cuestión más que discutible con muchos de los que se programan con asiduidad por estos lares vale más que mil descargas, CD o DVD, por mucho que la tecnología haya avanzado hasta límites insospechados.
Vale que la organización no estuvo a su nivel. Bueno, seamos justos. Fue desastrosa. Pero, ¿acaso no mereció la pena ver cómo Sting entonaba, en el mismo sitio que usted, temas como Englishman in New York, Fragile, Roxanne o la icónica Every Breath You Take?
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Ver cómo se desenvuelve sobre un escenario un músico que, gracias a su etapa con The Police, es parte de la historia de la música etiquetada como contemporánea es un lujo. Un placer difícil de describir de una forma fehaciente, más allá de la mitomanía.
Sting no sólo repasó buena parte de sus grandes éxitos con la OFGC. No sólo hizo vibrar al público al ritmo de Whenever I Say Your Name. También puso de manifiesto que existe otra galaxia. Aquella en la que habitan los espectáculos cuidados al milímetro, donde todo, o casi todo, brilla.
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Y nada, o casi nada, sobra o falla salvo fuera del escenario, que eso no depende de Sting. Un universo reservado para unos montajes elegantes, sutiles y distintos, aunque en un recinto cerrado y mejor acondicionado habrá que esperar a que el nuevo palacio de deportes sea una realidad en el año 2014, ya que mientras tanto no hay otra alternativa física. Vale que quien esto firma ha escuchado, desde el pasado fin de semana, media docena de veces el cd grabado por Sting en Berlín con este mismo repertorio.
También reconozco que he visto en dos ocasiones el dvd del mismo, grabado en el O2 World Arena berlinés. Pero si alguien me pregunta en un futuro por esta gira Symphonicity, mis recuerdos se reducen a la noche de ayer en Siete Palmas. El directo no te abandona jamás.
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