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257 kilómetros de aventura en el desierto

Eduardo Boada-Federico Boada-Luis Mirabal

Jueves, 16 de julio 2020, 21:04

Marathon Des Sables no es una carrera normal, ya solo por los condicionantes que tienen por el lugar donde se celebra, en medio del Desierto del Sáhara, deja a las claras que no puedes ir a ver qué pasa, como salen las cosas, aquí hay que llevar todo pensado, probado, repensado, porque cuando estás allí no hay nada más, solos tú y tus cosas. Pero la dureza de la prueba no solo reside en la distancia y el terreno sobre el que compites, casi siempre zonas arenosas, dunas y pedregosas. La verdadera dureza está en el día a día en la haima, un trapo grande de tela soportado por cuatro palos de diferentes tamaños, donde pasas todo el tiempo desde que llegas a meta, y donde descansas, tirado encima de una alfombra, notando cada una de las piedras, porque aquí no limpian ni acolchan el terreno. O cuando vas al baño, una letrina entre cuatro paredes de lona, donde no hay tiempo para la vergüenza, porque a tu lado, sea hombre o mujer, no la va a tener, la única norma es respetarnos y ayudarnos todo, no está escrito en ningún sitio, le sale a la gente porque sí. Este año la organización quiso endurecer el recorrido, se fueron a 257 kilómetros, y al estar dentro del circuito Ultra Trail World Tour, buscaron zonas más montañosas que en ediciones anteriores. Ya la primera etapa, de 37 kilómetros, tuvo los primeros 15 entre dunas que parecían montañas, eran montañas, y aquí ya el desierto nos puso en nuestro sitio. La emoción de los primeros momentos no te hacía pensar en lo que quedaba, pero de eso se encarga el entorno, y pronto tuvimos que recular. Pero para hacerlo más complicado, en el segundo tramo del día, apareció el viento, pero no en rachas, si no de frente, con una fuerza que solo caminar se hacía complicado.

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La segunda etapa comenzaba con la noticia que se había ampliado 1:30 el tiempo de cierre de la primera etapa, lo que dejaba a las claras la dureza del recorrido. Pero la segunda tenía 41 kilómetros por delante, con el dolor en las piernas del primer día, pero con ánimos renovados con el descanso de la tarde del día anterior. Seguíamos juntos, con nuestro plan que nos habíamos trazado antes de salir, aunque nos permitíamos licencias de despegarnos un poco para ir a nuestros ritmos, pero esperándonos en los puntos de control. Los errores se pagan, y no beber, no comer cuando debes, llevar peso extra, hace que lo pagues, pero lo importante es saber aceptar el error, buscar la solución y continuar. Mejor día, y aunque parezca complicado de entender, el cuerpo se iba encontrando cada vez mejor.

Ya en el tercer día, solo al levantarte, empiezas a ver las caras de cansancio, la dureza de la carrera va pasando factura, pero cuando el entrenamiento los ha llevado a cabo, este termina por salir, y fue un buen día consiguiendo bajar de las 6 horas, en los 34 kilómetros de la carrera. Las sensaciones de ver como el cuerpo responde cada día mejor son increíbles, y comienzas a pensar en positivo, ver las cosas con otro color, y saber que puedes seguir apretando los dientes en el resto de los días. Incluso eres capaz de disfrutar los paisajes por los que pasas, lagos secos, dunas inmensas, oueds. Pero pensando en descansar porque llega el día clave, el cuarto, al que todos temen, el día de la ultra, con 84 kilómetros.

Y nada más empezar subimos la famosa cota con la cuerda, que cualquier que haya buscado información de MDS sabrá cuál es. Una larga fila interminable que parece que no avanza pero que terminas coronando y disfrutando de las vistas. En el descenso algunos van como si terminara la carrera con la bajada, cuando sabes que quedan unos 70 kilómetros. El sol comienza a apretar, todos los días, pero este sabiendo lo que queda es más fuerte. La hidratación este día es fundamental, y no debes desaprovechar ni una sola gota de agua. Según avanza el día, cae el sol, aparecen las fuerzas y con la llegada de la noche te permites el lujo de correr, correr a buenos ritmos, o simplemente ir a meta. Tienes 36 horas para acabar la prueba, algunos llegamos de noche, otros de día, del día siguiente. Ese día es de descanso, bendito descanso. Descanso que en los días de preparación no existe, porque no vivimos de esto.

Parece mentira como casi 1.000 personas se pongan a hacer cola para que te den una lata de refresco. Les puedo asegurar que había cadáveres que se levantaban de la haima para ir a buscar la lata, increíble. Y cuando sales a dar un paseo, a enviar un mail a la familia para que sepan de ti, vas fijándote en todos los supervivientes de la prueba, algunos con mejor cuerpo y otros que casi se arrastran. Estos tienen mucho mérito, aquí no puedes levantar el teléfono y que te vengan a buscar, es más, irte te puede salir caro. Quinta etapa. Maratón. Otros 42 kilómetros. Desde que salimos de casa quedamos los tres en que cada uno a su ritmo, a disfrutar, y así fue, pero lo mejor es el momento en meta, llegar los tres, vernos, abrazarnos, saber que hemos logrado terminar una carrera dura, la más dura del mundo, por todo. Solo nos queda disfrutar, saborear, palpar ese éxito, porque es muy grande lo que hemos hecho. Y tanto que se nota en la haima 13 cuando vamos llegando todos los integrantes. Solo se respira felicidad. Ni la mochila pesa. Pero aún queda un día más, 17 kilómetros de regalo, en una etapa solidaria, que, aunque no es cronometrada, hay que hacerla. Un paseo, que cuando tienes 240 kilómetros encima, y ya la comida escasea, se hace eterna. Y te cuelgas la medalla Finisher, y te sientes la persona más fuerte del mundo, te das cuenta de lo que has hecho, y con lo poco que puedes ser capaz de vivir, de lo poco que necesitamos. La Marathon Des Sables no es para todo el mundo, pero si puedes, y quieres, ven a vivirla.

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