Como si no hubiera un mañana
Qué decir del partido que este sábado libra la UD en Riazor, cuestión de suma trascendencia, prueba de agallas y orgullo, noventa minutos para ser o no ser, fecha de fechas en el calendario. No hay mañana cuando llegan estas coyunturas en las que el escudo exige pulmones, orgullo y pasión. Sudor a toneladas. El alma en la boca.
Ignacio S. Acedo y A Coruña
Jueves, 16 de julio 2020, 20:01
Desde hace meses, a base de tropezones, enredos, incapacidades y resbalones, la UD ha puesto en rifa la plaza en Primera. Y su realidad, cuatro entrenadores y casi cuarenta jugadores después de un proyecto que huele a ruina, le aboca a desfiladeros como el de esta ocasión, sin red, excusa ni margen. Frente a frente con un rival con sus mismas miserias, hundido en la tabla y anémico en puntos. Encima, le toca remar río arriba en territorio enemigo y bajo sospechas mayúsculas. Seis jornadas consecutivas sin ganar, autocrítica descarnada de jugadores y técnico y un déficit tremendo de confianza esquilman a un equipo que no es de fiar. Tampoco cuando se mide a adversarios de similar calaña. Esos son sus condicionantes, todos de dudosa conveniencia. Hasta ahí los juicios previos, que, por otra parte, pueden ser desmentidos de un plumazo. Depende, claro está, de lo que hagan los muchachos de Paco Jémez cuando arranque todo. Para bien o para mal, ellos tienen la palabra.
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Nadie discute el valor de los puntos, llegados a estas alturas del camino y con la cuestión reducida a diez partidos. Hay tiempo, dicen los optimistas. Se acaba, claman los agnósticos. Corrientes de opinión al margen, la expectación radica en qué grado va a competir esta UD. Viene de tocar fondo y está ante una encrucijada sin precedentes. Ahí quieren ver a estos futbolistas, señalados de manera unánime pero que, insisten, van a sacar esto adelante. Hasta Jémez, paradigma del vaivén emocional, apuesta a ganador. Claro que más que decirlo, toca ponerse en la faena y acompañar las promesas con realidades. Y en Riazor llega la primera revancha, la hora de honrar la camiseta y justificarse. Porque, más allá de acierto y talento, cualidades que no abundan en estos ecosistemas, no hay otra que meter pierna y corazón en el asunto. El que salga ya sabe que no hay otro camino.
Las bajas, numerosas y notabilísimas, condicionan los planes de Jémez, privado de Gálvez y Etebo con respecto a la jornada anterior y todavía a la espera de Peñalba. Tres de sus imprescindibles, mercenarios en la jerga que le gusta utilizar. Nueva reinvención, aunque sea el momento más inoportuno y los últimos experimentos chirriaran por equivocados. Viendo la disponibilidad de piezas y el escaparate de opciones, lo que se barrunta es que el dibujo táctico siga siendo el 4-4-2 que, frente al Villarreal, días atrás, fue calificado como «desastre». Hasta enojó al entrenador que se cuestionara si se había profundizado lo suficiente en semejante fórmula en la que sacrifica procedimiento para ganar llegada. O esa es su naturaleza. Hoy se necesita intimidación y gol, hurgar en una defensa insostenible. Focos para Calleri y Expósito, también para jugadores como Aquilani o David García, que entran como remiendos de urgencia. Veteranos y noveles en la lucha crucial por conquistar una plaza estratégica de la que únicamente vale salir con el casillero engordado en puntos. Entonces sí habrá esperanza.
De lo contrario, vístanse de luto.
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