Supervivientes de la trata en Canarias: «Queremos salir pero la sociedad nos vuelve a meter»
Dos mujeres víctimas de la explotación sexual relatan sus historias. Ambas nacen en internet: «La webcam es el peor anzuelo»
«Yo tenía 13 años cuando un hombre apareció por mis redes sociales. Primero se hizo mi amigo. Luego empezamos a hablar y, luego de que nos conocimos, me pidió ser su novia. Cuando ya teníamos más confianza, él se fue a otra ciudad y me dijo que me fuera con él. Me sacó de mi casa con instrucciones, me dijo qué ropa llevar, qué bus tomar... Él me había prometido que tendría televisión, chocolates, un lugar donde vivir, pero cuando llegué la realidad era otra».
Martina —nombre ficticio— relata el comienzo del infierno que vivió durante más de una década, sin despegar la vista del bombón que sostiene entre las manos. La joven, que ahora tiene 28 años, es una de las múltiples víctimas de la trata de personas con fines de explotación sexual. Solo en el año 2024, se consiguieron liberar en España a 632, la mayoría de origen latinoamericano. Alrededor de mil personas fueron detenidas y 110 redes criminales desarticuladas, según datos del Ministerio del Interior.
El día contra este drama social se celebró este miércoles 30 de julio, cuando las organizaciones pusieron el foco en su evolución a formas más complejas por la digitalización, lo que dificulta aún más la detección de casos y de redes.
«La captación suele comenzar en Instagram, a través de invitaciones a canales privados o, incluso, para vender bragas o fotos de los pies. Eso va escalando y de Instagram se pasa a un canal en OnlyFans. Hay empresas proxenetas dedicadas a sacar pasta con este tipo de prostitución, que te va generando una deuda que acabas saldando con la prostitución física, porque con el contenido digital ya no da», expone la trabajadora social y responsable del Centro Lugo, un dispositivo de Cáritas Diocesana de Canarias, que ofrece atención integral a mujeres en contextos de prostitución o explotadas sexualmente.
La captación de Martina comenzó con un simple seguidor en una red social. La espiral de violencia en la que se vio envuelta después se desató tras la mudanza que narra. «Una semana después empezó a pegarme por celos y ya no hubo salida; no paró. Luego me vendía para pagar sus deudas, la habitación donde vivíamos... y así fueron pasando los años. Me compartía con sus amigos, con quienes creía conveniente», ahonda. Ese hombre, su pareja, era 20 años mayor que ella.
La joven experimentó esa espiral de violencia en su país natal, en América Latina, pero su situación se recrudeció todavía más al viajar a España. La animó su explotador, al asegurarle que un familiar la ayudaría a conseguir empleo de limpiadora o camarera, con un salario digno para subsistir. Tras alcanzar la mayoría de edad y cruzar el charco, ese familiar le instó a prostituirse, ya que iba a «ganar el triple» que limpiando y a hacer posible su sueño de acceder a una vivienda.
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Martina recuerda sus primeros contactos con la madame, la calle, el mal olor, la presión constante y las ganas de vomitar. «Y así pasó el tiempo y nunca se cumplió lo prometido», apunta, pues el sueño de la casa siempre quedó en un anhelo. El dinero que conseguía lo empleaba para saldar su deuda, que iba aumentando según convenía a sus proxenetas y explotadores, así como lo destinaba a su pareja y a su familiar en España.
Todo cambió cuando la derivaron a otra zona para ejercer la prostitución, porque donde lo hacía «ya estaba muy vista». Allí recibió una brutal agresión que terminó en ingreso hospitalario, gracias a sus compañeras. La policía le tomó declaración y no pudo más que preguntarle: «¿En qué infierno estás metida?». «¿Tan malo es?», respondió ella, para posteriormente desmigajarse en lágrimas. Martina había normalizado esa oleada de violencia y abusos; era la única realidad que conocía desde sus 13 años.
«Pensé que solo iba a posar»
A Alba —también nombre ficticio— la pandemia por coronavirus le pasó por encima. Superaba los 40 años, tenía un empleo y una vida «normalita», pero la situación sanitaria forzó el teletrabajo y sus ingresos comenzaron a desplomarse. Vio en la webcam una posible salida a su situación, «pensando que solo tendría que posar», según le aseguraron.
Llegó incluso a consultarlo con su entorno más cercano, que la animó a hacerlo. «Es el peor anzuelo para jovencitas, el perfil más frecuente, y estoy segura de que muchas son menores. Te dicen que no te tienes que desnudar si no quieres, te lo pintan como si fueras la dueña de la página web», pero no fue así.
A medida que pasaba el tiempo, su deuda empezó a aumentar, incluso le cargaban la botella de agua que le ponían en la sala de grabación. El lugar, cuenta, era aparentemente normal, una casa con jardín y hasta con perro y gato. Pero en su interior se sucedía una «explotación terrible». Luego llegaron las fiestas en chalets de lujo, donde «exhibían a las mujeres como trozos de carne» ante los demandantes. Había, también, un «bufé con todo tipo de drogas» e invitaban a las mujeres a consumirlas para poder sobrellevar el trance. Ella nunca accedió.
«Ahí tuve el primer contacto físico, me sentí la mujer más cochina y sucia del mundo, y me dije que no lo volvería a hacer», manifiesta, sin poder reprimir las lágrimas. Aquel día, asegura, las lloró de sangre. Pese a ello, Alba logró salir de ese tipo de explotación, sin pensar en su deuda, por las palabras de un trabajador de esos eventos: «No sabes la de niñas que desaparecen, a las que sus mamás están buscando».
Asistencia social y psicológica
Pero el destino a veces rema a favor y condujo tanto a Martina como a Alba al Centro Lugo de Cáritas Diocesana de Canarias, que lleva en marcha desde 1988. El dispositivo atendió a 428 mujeres el año pasado, la mayoría captadas por redes de trata o explotación sexual. El perfil que más atienden es el de «mujer extranjera menor de 39 años, en situación administrativa irregular y con cargas familiares siempre, aunque en los últimos años ha habido un incremento de mujeres nacionales menores de 24», especifica su responsable.
«Tenía 13 años y mi novio me vendía para pagar sus deudas, la habitación donde vivíamos... Me compartía con amigos»
Centro Lugo brinda tanto «atención social como psicológica» a estas mujeres y «acompañamiento en espacios de encuentro y ocio». Sobre todo, da respuesta a sus demandas, que suele ser la búsqueda de alternativas a la prostitución, las ayudan a sanar sus heridas y a «volver a sentirse personas, no objetos», imparten talleres y las acompañan a realizar gestiones, o reparten material preventivo y las forman en el autocuidado en casas y clubes donde se ejerce la prostitución.
Con todo este sostén, Alba trabaja actualmente para superar todo el daño que soporta, aunque todavía siente el peso de la culpa y el estigma: «Yo tenía una vida normal y no sé en qué momento me metí en eso, aunque es cierto que una por los hijos lo hace todo».
Martina aterrizó en Cáritas casi por casualidad. El equipo del organismo consiguió ganarse su confianza, conocer su historia y presentársela de vuelta con nombre y apellidos: Martina, eres víctima de la trata con fines de explotación sexual.
Durante su relato no ha parado de darle vueltas a ese bombón, que ahora desenvuelve y come. Ya sostiene las riendas de su vida y hace dos años que no ejerce la prostitución. Quiere estudiar y ayudar a otras mujeres que están siendo explotadas sexualmente: «Nosotras queremos salir, pero la sociedad nos vuelve a meter. Juega un papel importante, debe implicarse y generar oportunidades».