Manuela Carmena | Exjueza y exalcaldesa de Madrid
«Me desagradan mucho las etiquetas, porque nos envenenan»La entrevista ·
«Estamos acostumbrándonos a usar la mentira con toda facilidad», asegura esta política atípica a la que no le importa que ciertos sectores la acusen de 'traidora'. «Es una cuestión de sectarismo», explicaLa popularidad de Manuela Carmena (Madrid, 1944) se explica en una sola imagen: la abogada, exjueza y exalcaldesa de la capital de España pasea por ... una ciudad situada a varios cientos de kilómetros y hay decenas de personas que la saludan, le piden un autógrafo o quieren hacerse una foto con ella. En 'Imaginar la vida' (Ed. Península) ha explicado su actividad profesional de tantos años. Pero hay muchos temas de los que hablar con ella.
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- Pocas veces alguien es en vida personaje de una serie de TV. ¿Cómo lo llevó usted, a la vez espectadora y protagonista?
- No me he sentido protagonista. Creo que para mí fue como si hablaran de otra persona, y no porque la serie no estuviera bien. Me miraba, miraba al personaje, pero no me reconocía del todo.
- ¿No le hizo revivir esos años de abogada?
- No, pero porque como le decía no tenía la impresión de que fuera yo.
- En su libro apenas se detiene en la matanza de Atocha. No sé si le ha pasado como con algunos supervivientes de los campos de concentración, que se sentían culpables por haber sobrevivido.
- No profundizo en ello en el libro porque he querido dedicarlo a mi paso por la vida pública. Llega un momento en que decido hacer las oposiciones y pasar a lo público, y para mí eso fue una conmoción. Arranco de ahí. El terrible asesinato de mis compañeros es algo que me configuró, me hizo de una determinada manera, y en mi sensibilidad están esas cicatrices. Más que sensación de culpa tuve la de sentirme afortunada porque no me había tocado. Te sientes en cierta medida en deuda y quieres hacer algo que pudiera satisfacerlos. Es difícil de contar.
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- Su carrera empezó como abogada, siguió como jueza y terminó en la política. ¿Le parece bien que jueces que se han pasado a la política vuelvan a sus puestos al abandonar esta?
- Mi concepción de la política es que esta no es una profesión sino una responsabilidad. Y creo que puedes volver a la judicatura sin estar contaminado. Claro que depende de cómo seas. Estoy pensando en Perfecto Andrés, un magistrado extraordinario. Estuvo en el Consejo General del Poder Judicial y luego se integró muy bien en el Supremo. Yo también volví a la judicatura. No vas contaminado, vas enriquecido porque has visto la política desde dentro.
- Yo me refería a cargos como ministro o secretario de Estado.
- Depende de cómo lo hagas. Si la política es una responsabilidad te tiene que permitir volver a tu profesión porque no has hecho nada extraordinario. Los problemas vienen sobre lo mal que se ejerce la política, lo terrible que es el partidismo. Entender la política como una confrontación, como lo estamos viviendo ahora, envenena a cualquiera. Pero no debería ser así.
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«Toda la vida me han preocupado la desigualdad y la vulnerabilidad»
Reforma judicial
- ¿Qué opina de la reforma para cambiar el acceso a la carrera judicial?
- La reforma que plantea el Gobierno se queda cortísima porque ha llegado el momento de acabar con las oposiciones, un concepto muy obsoleto. Juzgar implica escucha, comprensión, asimilación, incluso imaginación para proponer la forma más adecuada de introducir el conflicto en el Derecho. No tiene sentido que la mejor forma de abordar todo eso sea saberse de memoria cientos de normas. Lo que sucede es que la reforma, que es chiquitita, se ha acogido con agresividad y enfrentamiento porque estamos en un momento terrible de encarnizamiento y crueldad. En una situación así es una locura plantear una nueva ley. Lo primero que hay que hacer es pacificar y hacer reformas lo más consensuadas posibles, aunque sean pequeñas, para que no intensifiquen aún más el fuego que estamos viviendo.
- ¿Y del hecho de que la instrucción pase a los fiscales?
- Eso es algo que lleva muchos años en algunos borradores pero que ahora se ha visto con unos ojos con los que antes no se veía. Antes se veía razonable porque parecía que había dado resultado en la jurisdicción de menores. Yo nunca fui enormemente entusiasta con el hecho de conceder la instrucción a los fiscales. No lo veía tan necesario. Pero me ha sorprendido que algo que antes sectores de derechas veían con normalidad hayan reaccionado con esta indignación.
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- Puede ser por los escándalos de corrupción que salpican al Gobierno.
- Imagino que es así. Me gustaría que se evaluara más el resultado que ha dado en la jurisdicción de menores, que fue donde empezó la reforma. No estoy muy segura de que el cambio haya sido tan trascendental. Estamos en un momento en que no cabe el análisis, solo la descalificación. Yo no me habría metido a hacer la reforma en este momento. Es más, no haría tantas leyes. Creo que es mejor buscar consensos para cumplir lo que tenemos y mantener las instituciones para que no se nos enfermen.
- Cuando llegó a la política se puso a la vista de todo el mundo. ¿Cómo llevó en su fuero interno esa exposición?
- No sentí que me expusiera. Creo que lo entendí como que los demás me veían. Es curioso, porque cuando empecé en la judicatura di algunas entrevistas y había compañeros que me criticaron por ello porque entendían que un juez debe hablar solo en sus resoluciones. Yo, en cambio, pensaba que era bueno explicar las cosas. En todo caso, nunca me han importado esas críticas. Y a medida que me hago mayor, cada vez menos. Prefiero quedarme con la satisfacción que da ir por la calle y hablar con la gente.
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- Dice en su libro que odia los argumentarios.
- Me sorprendí mucho cuando se formó el grupo municipal y un día la gente de comunicación me dio un papel. Pero qué hacéis, les dije. Me parecía algo absurdo, como si te cortaran la mano. Las personas tienen que decir lo que sienten y piensan en cada momento. Los argumentos parten de considerar incapaces a quienes están en política. He visto a gente muy capaz estar aterrada y preguntar a los equipos de prensa qué tienen que decir, para terminar usando palabras poco comunes o hacer los chistes que les han escrito. De verdad que eso genera angustia a muchos.
- ¿Tiene la impresión de que recibió más críticas y más despiadadas de una parte de la izquierda que de la derecha?
- No. Lo de cierta izquierda lo entiendo desde su planteamiento. Hay una izquierda muy sectaria a la que las personas que no nos sentimos cómodas con las etiquetas no les gustamos. También pasa con la derecha sectaria. Si alguien me dice que he sido una traidora, me parece una tontería.
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- Y se lo han dicho. En las redes sociales es un clásico cada vez que sale su nombre.
- Si habla usted de un político en concreto, le diré que cuando nos encontramos nos saludamos sin problemas.
- Me refería más bien a niveles inferiores, no tanto a un líder, o exlíder, en concreto.
- No me preocupa nada. Es una cuestión de sectarismo. A mí me desagradan mucho las etiquetas porque nos envenenan. Es algo mezquino. Hay que pensar en las personas.
- También la han acusado de ser una niña bien que estudió Derecho y que estrictamente no ha sido nunca de izquierdas.
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- No tengo deseo alguno de reivindicar la etiqueta de izquierdas. Toda mi vida me han preocupado la desigualdad y la vulnerabilidad. Me he sentido muy satisfecha de estar en ese lado y ayudar a esas personas. A partir de ahí, me dan igual las opiniones. No quiero tener un 'pin' que diga que soy 75% de izquierdas… Quiero ser buena persona, me gusta trabajar por que la gente con dificultades las supere. Me rompe el corazón la situación que hacemos vivir a los inmigrantes, me parece horrible la crueldad de la guerra, el autoritarismo. Pero me da igual cómo me califiquen.
«Yo no creo que la democracia sea burguesa ni la religión el opio del pueblo ni el Derecho una superestructura de la burguesía»
Soportar las críticas
- ¿Ha llegado a eso, a que no le importe, con la experiencia que da la edad o ya le sucedía antes?
- Ya me pasaba antes. Nunca tuve mucho interés en la etiqueta.
- ¿Qué siente cuando lee o escucha a gente que se pregunta de manera indirecta si usted no sabría algo de lo que iba a pasar en su despacho de laboralistas aquella tarde/noche terrible y por eso no estaba allí?
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- Es absolutamente miserable e indica hasta dónde puede llegar la mentira con objetivos sectarios. Lo peor es que nos estamos acostumbrando a usar la mentira con toda facilidad. Quien pueda pensar eso no me conoce y ya está. No tengo nada más que decir.
- Ahora que la Transición está en tela de juicio en algunos ambientes, se acusa a la generación que la hizo, y ahí están usted y sus compañeras de despacho, de consolidar el sistema, de un régimen que no cambió lo que había que cambiar.
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- Volvemos a enfrentarnos a una izquierda muy sectaria y muy atomizada y que se mueve en conceptos del siglo pasado sobre el papel de la izquierda. Mi generación estaba empeñada en traer la democracia a España. Había grupos ya entonces que se preguntaban por qué pelear por la democracia burguesa. Yo no creo que la democracia sea burguesa ni que la religión sea el opio del pueblo o que el Derecho es una superestructura jurídica de la burguesía… La democracia de verdad implica profundizar en la igualdad de todos los seres humanos y permite mejorar la vida de todos ellos. Queríamos hacer eso, una democracia en ese sentido. Luego, con el paso de los años, se dejó de actualizar y ahora tenemos una estructura que no cumple ese papel.
- Asegura que si hubieran sabido cómo iba a comportarse, quizá las fuerzas mayores de la coalición por la que se presentó a la alcaldía no la hubiesen elegido. ¿Se siente una rebelde?
- ¿Rebelde? No. Intenté modificar los modelos de la política que se venía haciendo. Creo que era tan inadecuado como lo de los argumentarios de los que hablábamos antes. El rol del político ha cambiado. Y yo me siento muy orgullosa de algunas cosas. Por ejemplo, cuando organizaba alguna comida en el Ayuntamiento con personalidades de la ciudad, o que estaban de visita, la comida la hacía yo muchas veces. Incluso llegué a recibir a algunos con el delantal puesto. Y no lo hacía por epatar, se lo aseguro. Como las madalenas que hacía y llevaba a los desayunos de trabajo.
- ¿Quiénes iban a esas comidas?
- Mucha gente, lo mismo banqueros que arzobispos o periodistas. Incluso invité a restauradores.
- Ahí tendría que esmerarse. ¿Qué platos les preparaba?
- Los que mejor se me dan son la crema de lentejas, la ensalada de mostaza y salmón y el pollo al curry. Y de postre, bombones con patatas fritas.
- ¿No invitaba a su equipo?
- Todos los lunes comíamos en el Ayuntamiento y yo preparaba la comida. Una vez les dije que tendrían que poner cinco euros… pero no siempre lo hacían.
- También iba al Ayuntamiento en metro.
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- Y una vez un camarero de un bar que tengo debajo de casa me dijo que sufría viéndome coger el metro porque pensaba que eso degradaba la figura de quien está al frente del Ayuntamiento de una ciudad tan importante. Yo le comenté que al contrario. Sigo haciéndolo, sigo viajando en metro y me siento muy querida por la gente que me para y me comenta cosas.
- Ha sido asesora en el Congo y Guatemala, promovió una ONG… ¿Todo eso es más fácil que la gestión de los egos en política?
- No he tenido que gestionar egos porque yo me he situado fuera de esa carrera. No era rival de nadie.
- ¿Usted odia a alguien?
- No. Una vez Juan Alberto Belloch, que era muy amigo mío, me dijo que quería ser ministro. Yo le dije que quería que me quisieran. Por eso cuando la gente me saluda o me abraza me siento muy satisfecha.
- Suele decirse que deberíamos elegir para que nos gobernara a un político al que le dejaríamos la llave de nuestra casa. ¿A quién de los líderes actuales, en el poder o en la sombra, le dejaría usted sus llaves?
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- A cualquiera porque me parece incomprensible que alguien pueda ser deshonesto. Otra cosa es si les dejaría cuidar de mis nietos...
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