

Secciones
Servicios
Destacamos
Ahora más que nunca hemos hecho un ejercicio de introspección: hemos comenzado a valorar las pequeñas cosas y a cuestionarnos muchas otras, desde la configuración de las ciudades y las relaciones interpersonales hasta la identidad europea y las claves de la globalización. Pero, sobre todo, hay una pregunta clave que ronda en todas las redes sociales: «¿Qué es lo primero que haremos cuando se ponga fin al confinamiento?».
El teletrabajo tiene sus ventajas, nadie lo pone en duda, pero no organizarse bien puede llevar a permanecer sentados en la silla más tiempo de lo normal sin un descanso. Aunque ahora muchas mesas de cocina se hayan convertido en puestos de trabajo, ver a los compañeros y levantarse a por un café y una pulguita a media mañana (o incluso a media tarde) en el establecimiento de siempre, en medio de risas y algún cotilleo, hacía la jornada mucho más amena.
El horario de verano hacía aún más placenteros esos paseos por lugares como la Avenida Marítima o Las Canteras, que los madrugadores realizaban a primera hora para evitar el gentío y el resto justo a tiempo de ver caer el sol. El buen tiempo y las vistas (el Alfredo Kraus, la barra, el Confital...) suponían para quien sabe apreciarlo un remanso de paz en medio del caos diario.
Nadie echaría de menos los gritos por la ventanilla, esquivar a los conductores noveles, el sonido de las pitas o los atascos de la hora punta, sobre todo los que se producen día sí y día también a la salida del Sebadal, pero el hecho de poner la radio, bajar las ventanillas y apretar el acelerador para recorrer un trayecto más o menos largo resulta hasta nostálgico en estos tiempos, aunque solo sea para ir a visitar a un familiar.
Los psicólogos coinciden en que es importante establecer una rutina en casa para mantener la salud emocional, pero lo cierto es que la sociedad parece vivir un domingo eterno, de esos de manta y series o, si se está con energía, cocina y limpieza general. Atrás quedan esas cervezas improvisadas a la salida del trabajo, las idas al cine sin saber qué ponían en la cartelera o los sábados de «por qué no vamos hoy a comer a...».
Ni festivales, ni pequeñas salas, los conciertos ahora se hacen en los balcones a las siete y a menudo sin calidad de sonido. A pesar de los esfuerzos de los músicos (y del sector cultural en general) por nutrir de contenido la web con propuestas más o menos originales, lo que más se echa de menos son los espectáculos en vivo y la conexión del artista con el público.
No hay mal que por bien no venga: la cuarentena nos ha obligado a volver a las cocinas y a ser un poco más conscientes de nuestra alimentación, a pesar de que los últimos datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación revelan que los picoteos en casa (chocolate y cervezas incluidos) están en pleno auge. Lo cierto es que probar las recomendaciones del chef en nuestro restaurante favorito y ahorrarse lavar los platos es ya un lujo que no nos podemos permitir.
Los canarios llevamos inevitablemente el mar en la sangre y, ahora que se va acercando el verano, el recuerdo de las playas está más presente que nunca, pero aún tendrá que pasar el tiempo para que podamos intercambiar las sillas desgastadas y los manguerazos en las azoteas por agua salada y tumbonas en la arena. Y eso que apenas hace dos años estábamos contando diez de los mejores lugares para veranear en la costa...
En las redes circula un meme bastante ilustrativo que asegura que si en este tiempo no te ha dado tiempo de leerte un libro, estar al día con la casa, aprender a hacer el pino y, en definitiva, desarrollar todo tu potencial, quizás el problema no era la falta de tiempo... En cualquier caso, la obligación de tener que gestionar adecuadamente las horas del día y la satisfacción de ir tachando de la agenda los pendientes (programar las citas con el dentista, recoger a los peques de las extraescolares, ir al gimnasio...) nos volvía más eficientes.
Otro de los aspectos positivos que podemos extraer del confinamiento es que las videollamadas nos han permitido reconectar con amigos y parientes lejanos. Sin embargo, se echa de menos la casuística, ver actividad, toparse con aquella compañera de estudios en la cola del supermercado o al jefe de fiesta en el mismo bar y correr a contárselo a un tercero. Programar todos nuestros encuentros, al final, es como acostumbrarse a comer sin sal.
Desconectar está siendo una tarea casi imposible. Tenemos que admitir que en época precuarentena había ocasiones en las que no cogíamos alguna llamada o al hacerlo indicábamos estar fuera de casa para marcar cierta distancia. Hoy la vida doméstica y la laboral están más que revueltas y nos obligamos (a veces por inercia o aburrimiento, otras por necesidad) a estar permanentemente disponibles, pero conviene apagar el teléfono de vez en cuando...
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Publicidad
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.