Los bajos del sofá
Sin ánimo de falocéntrismo, menos en estos tiempos en los que el lenguaje inclusivo hace bueno aquello de que detrás de un mato siempre hay un gato, a uno le gustaría ver más hombres como al que interpretaba Kirk Douglas en Senderos de gloria. Kubrick rodó una escena imperial, con el coronel Dax recorriendo las trincheras con gesto marcial, mientras sus hombres se emparedaban buscando refugio ante el ruido del fuego de mortero alemán.
Uno se acuerda del personaje inspirado por la novela de Humphrey Cobb estos días en los que los titulares nos han dicho que corrupción se ha escrito con las siglas de CC y las del PP. De Zerolo a González, hijos de un tiempo en el que la gula definió una forma de orgía romana de hacer política.
Pero aquí no hay ciudades en llamas. Ni quedan hombres como Dax, dispuestos a asumir de frente el castigo pertinente por la cobardía de su pelotón. Nos quedan hombres como Rajoy, que solo es capaz de balbucear que «todo es falso salvo alguna cosa». O como Fernando Clavijo, que nos cuenta que lo de Las Teresitas ocurrió hace 16 años. Como si los preponderantes de aquella época no sean todavía arribistas de primera en la acción política contemporánea. Y en esto no va implícita una denuncia por corruptelas a los jefes de gobierno, pero sí la necesidad de demandar una mayor coherencia.
Y de responsabilidad. Si los bajos del sofá no están limpios, el haber pasado la mopa por donde cayeron las migas es insuficiente. Es hora de demostrar que al poder no se ha llegado pagando peajes y colocándose una cinta en los ojos.
Es hora de marcar una línea y sí, simplificando, poner de un lado a los buenos, y del otro a los malos. No son tiempos para respuestas tibias, para esconderse detrás del mensaje, para cobardes avariciosos.
Sin ánimo de falocentrismo, menos en estos tiempos en los que el lenguaje inclusivo hace bueno aquello de que detrás de un mato siempre hay un gato, a uno le gustaría ver más hombres como al que interpretaba Kirk Douglas en Senderos de gloria. Kubrick rodó una escena imperial, con el coronel Dax recorriendo las trincheras con gesto marcial, mientras sus hombres se emparedaban buscando refugio ante el ruido del fuego de mortero alemán.
Uno se acuerda del personaje inspirado por la novela de Humphrey Cobb estos días en los que los titulares nos han dicho que corrupción se ha escrito con las siglas de CC y las del PP. De Zerolo a González, hijos de un tiempo en el que la gula definió una forma de orgía romana de hacer política.
Pero aquí no hay ciudades en llamas. Ni quedan hombres como Dax, dispuestos a asumir de frente el castigo pertinente por la cobardía de su pelotón. Nos quedan hombres como Rajoy, que solo es capaz de balbucear que «todo es falso salvo alguna cosa». O como Fernando Clavijo, que nos cuenta que lo de Las Teresitas ocurrió hace 16 años. Como si los preponderantes de aquella época no sean todavía arribistas de primera en la acción política contemporánea. Y en esto no va implícita una denuncia por corruptelas a los jefes de gobierno, pero sí la necesidad de demandar una mayor coherencia.
Y de responsabilidad. Si los bajos del sofá no están limpios, el haber pasado la mopa por donde cayeron las migas es insuficiente. Es hora de demostrar que al poder no se ha llegado pagando peajes y colocándose una cinta en los ojos.
Es hora de marcar una línea y sí, simplificando, poner de un lado a los buenos, y del otro a los malos. No son tiempos para respuestas tibias, para esconderse detrás del mensaje, para cobardes avariciosos.