Solo queda ver a Mbappé de blanco (cosa que como culé no me hace especial ilusión) para poner la guinda a un mercado que ya es histórico. Los movimientos de Messi y Cristiano, los dos mejores jugadores de la historia reciente de este deporte, que secundaron el cambio de aires del emblema y capitán del Real Madrid y de la selección, Sergio Ramos, han animado un ambiente tedioso, aburrido y carente de pasión. Desde el parón por la pandemia que provocó un calendario desnaturalizado con maratón de partidos, gradas vacías y tiempos muertos antes y después de los descansos, noto una pérdida de interés por el balón que nunca antes había sentido. Así que quizás esta agitación en los fichajes vuelvan a suscitar la fiebre balompédica del aficionado no fanático al que ya no le importaba perderse el encuentro de su equipo del domingo si había otros planes encima de la mesa.
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Aunque para nosotros lo que de verdad nos amarrará al sillón y nos llevará a la butaca del Gran Canaria es el regreso del hijo pródigo. Jonathan Viera vuelve a vestir de amarillo y la ilusión, aquella que se perdió con el descenso y que no ha vuelto a recuperarse en el deambular sin plena ni gloria de la UD por la categoría de plata, reaparece con fuerza. Si el equipillo ya transmitía buenas sensaciones en pretemporada y en este inicio de liga, lo del viernes fue de traca. Presentación del mago de La Feria por la mañana y exhibición futbolística en Siete Palmas por la tarde ante el Huesca. No jugará con Pedri, pero sí con Sergio Ruiz, Jesé, Peñaranda, Pejiño y quien sabe si Ibai Gómez. Ellos son el mejor remedio para recuperar la pasión perdida.
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