Cumplir años lleva aparejado el adiós a la capacidad de asombro. De chico, cada hoja que cae del calendario provoca una reacción nueva, un descubrimiento de la vida y sus avatares que alarga los días mucho más allá de sus 24 horas. Llueve fuerte, sale el sol, llega una ola, crece una planta e infantiles ojos se abren como platos para disfrutar del espectáculo. Pero, con las arrugas que trae la edad, el interés por las sorpresas van escaseando. «Las cosas son así», «poco más se puede hacer», «es difícil cambiar todo en tan poco tiempo», «hay que ser realistas»...frases que se repiten en el bla, bla, bla de un longevo poder que se niega a escuchar al planeta. ¿De verdad esperaba alguien un resultado revolucionario de la cumbre del clima con el lenguaje del viejo mundo al mando en Glasgow?
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Una vez más, la joven Greta Thunberg parece haber sido la única capaz de hablar claro en la ciudad inglesa, de romper el círculo de palabras vacías con el que los grandes estadistas se enfrentan a la espada de Damocles que amenaza a la humanidad. Tras bajarse de jets privados y coches blindados, los dirigentes políticos mundiales se limitan a sellar pobres compromisos para frenar el cambio climático, acuerdos en papel mojado como los que firmaron en París hace seis años para contentar a la galería.
Si no fuera por la gravedad del problema, el mundo entero tendría que responder con una carcajada al compromiso de 103 países sobre reducir un 30% sus emisiones de metano en una década. Este gas es responsable del 25% del calentamiento del planeta y, como aspecto positivo, su efecto perjudicial tarda mucho menos en desaparecer de nuestra maltratada atmósfera que el del dióxido de carbono. Como titular, el acuerdo implica cierto avance, aunque visto lo visto con los pactos anteriores, poca sorpresa sobre su incumplimiento nos espera de aquí a 2030.
Los líderes mundiales también se ríen de nosotros cuando garantizan que a mitad de este siglo habrán hecho su trabajo para evitar que la temperatura media del mundo suba más allá de dos grados en 2100. Los expertos son contundentes sobre el efecto mortal que el efecto invernadero está teniendo en la Tierra, pero también alertan de que seguramente llegamos tarde para dar marcha atrás el reloj que marca la defunción del planeta. Miles de manifestantes también les gritaron el pasado sábado a los políticos que reaccionen ante las alarmas. Las señales están en todos lados pero el viejo mundo se empeña en seguir con su bla, bla, bla.
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