En las últimas semanas, la cantidad y gravedad de los sucesos violentos a nivel local, nacional e internacional se ha desbocado. Es un no parar ... que, desgraciadamente, va a más. No se trata de generar un alarmismo infundado. Pero tampoco de mirar hacia otro lado.
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Los casos extremos a los que hemos asistido en los últimos días desde el asombro son un reflejo de una tendencia social muy extendida. Las razones son múltiples y variadas, pero todo el que pise la calle se habrá dado cuenta de que nuestros semejantes cada vez están más irascibles, agresivos y, por supuesto, violentos. Por cualquier minucia saltan chispas. Afortunadamente, casi siempre todo queda en nada. Pero eso no evita el mal rato que pasan los protagonistas involuntarios del suceso y los que en ese momento están por el lugar. Una mirada, un gesto, una respuesta escuchada a medias, un adelantamiento mientras se circula en coche, un café que no está suficientemente caliente, un plato servido frío... cualquier chorrada acaba generando que algunos pierdan los estribos y se monte la mundial.
Cada persona es un mundo y cada cual sabe sus circunstancias. Pero entre los causantes de tanta 'locura' hay que citar los estragos psicológicos de la pandemia de la covid-19, las ansias de consumo desmedido en una sociedad en la que los precios están disparados, la basura que inunda las redes sociales, la desaparición de los criterios básicos de educación y respeto, la falta de efectivos en las fuerzas del orden, una clase política deleznable en gran medida, las adicciones a estupefacientes...
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