Cada día tengo más claro que fuimos unos afortunados todos los que nos convertimos en adultos en la era analógica. Haber sido joven, con ... todo lo que conlleva, para bien y para mal, sin que existieran los móviles, internet y las redes sociales fue un lujo que no se paga con dinero. Fuimos libres. Casi nada.
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Tanto los jóvenes como los adultos tenemos hoy que ir con mil ojos. Mejor decir y hacer lo justo fuera de casa -incluso en el ámbito doméstico- porque la huella digital está ahí. Incluso, puede que sea algo estrictamente privado, pero si ese espacio virtual lo compartimos con otros, la privacidad se diluye. Y lo que es peor, cualquier cosa sacada de contexto se puede convertir en un arma arrojadiza de consecuencias catastróficas.
La pasada semana se generó una polémica sobre un chat de alumnos de magisterio de La Rioja. Lo que se ha conocido del mismo son burradas machistas que se intercambiaban los integrantes del grupo virtual. Ni mucho menos las defiendo. Al contrario. Los mensajes que se han conocido son deleznables y las autoridades universitarias aseguran que habrá consecuencias contra los autores de las frases ofensivas hacia las estudiantes. Pero hay una cuestión capital. Y reitero, no la considero una disculpa para los aspirantes a maestros implicados. El chat era privado y se ha hecho público.
A la espera de ver qué sucede con este caso, las vías más recomendables a seguir son dos. Por un lado, un cambio de educación y mentalidad urgente y forzoso que no lleve a decir esas salvajadas contra las mujeres. Lo segundo es tener en cuenta que los chats los carga el diablo y la era digital es muy peligrosa
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