La señal de la pobreza
Aulas sin muro: Paco Javier Pérez Montes de Oca ·
El estigma de la pobreza y sus consecuencias son un concepto de violencia intelectual tal como las drogas, la explotación de la mujer en los prostíbulos o la delincuenciaLos datos sonrojan a cualquiera. Un informe de Cáritas da cuenta de que 400.000 personas, paisanos nuestros canarios, se encuentran en riesgo de pobreza extrema y exclusión social. En Madrid eran un millón y no tuvo apenas influencia para que ganara las elecciones autonómicas un grupo político cuya representante se ufanaba de que lo que cuenta es poder tomarse unas cervezas, encontrarse con los ex, asistir a misa un domingo por la mañana y por la tarde a los toros. Se supone que la misa, sería la de media mañana, en una iglesia del centro con gente de bien en las bancadas y no en una capilla de barrios populares donde conviven los llamados cristianos de base. El propio papa Francisco ha advertido a la crema de la iglesia oficial y seguidores católicos de comunión y procesiones que el comunismo nos ha robado el mensaje de Jesús. Y es que el resto de las formaciones del Madrid autonómico cuyos resultados no siempre son exportables al resto del Estado (valga como ejemplo Cataluña o Euskadi) no entendieron la política como espectáculo caracterizada por la impostura, mensajes lanzados con las tripas y no con la racionalidad, la fraternidad y la igualdad que ya preconizaron pensadores liberales del siglo XVIII que eran «tan rojos y comunistas» como los abates que decían misa en las capillas palaciegas. El sector poblacional más afectado por el riesgo de ser pobres, lo representan los mayores de 45 años y el 34% de los jóvenes comprendidos entre los 19 y 34 años. A la situación de los primeros se le llama edadismo laboral. Después de una determinada edad no sirven, no importan para el sistema productivo. Curiosamente algunos de los que dictan esta política económica segregacionista tienen ochenta y más años. Y los de menos edad se han jubilado, de puestos ejecutivos de la Banca y grandes emporios internacionales con retribuciones de fábula. Hasta el Banco de España alerta acerca de un futuro sin esperanza para la gran masa de jóvenes sin futuro para los que expertos han acuñado un nuevo termino «el efecto cicatriz». La situación de precariedad y bajo salario para la población juvenil ha venido para quedarse. Hasta la enfermedad se ceba con los más pobres. Lo prueban experimentos que hablan de que los pobres sufren mayor incidencia de accidentes cardio-vasculares, reuma y otras enfermedades y que estas se mantienen entre aquellos pobres que han mejorado su nivel de vida o se han enriquecido. La razón está en que la población más desamparada transmite, durante varias generaciones, la marca de los estragos físicos y psíquicos de una pobreza ya crónica. Decía Pericles que no es la pobreza lo que es una vergüenza, sino que por su condición, no puedan presentarse al ejercicio de la política. Aristóteles llegó más lejos al afirmar que la democracia debería ser el gobierno de los pobres y que un sistema político en manos de solo los ricos no es una democracia sino una oligarquía. El escritor sueco Norberg, en referencia a los miles de pobres que pululaban por las calles de Londres, en el siglo XVIII, escribe que «si te podías permitir comprar un pan para sobrevivir otro día no eras pobre». Traducido a la vida actual de carencias, desempleo y pobreza significa lo mismo para miles de familias que puedan sobrevivir con una bolsa de comida recogida de las organizaciones sociales, entidades públicas o bancos de alimentos. Pero para esto hay que hacer cola. A lo que muchos no están dispuestos por vergüenza. Porque no afecta tanto la pobreza objetiva como la depreciación de sentirse pobres. Como de insensible son ciertos personajes públicos refiero la entrevista que, en una emisora puntera, en plena pandemia, muertes y colas del hambre, realizó a un afamado cocinero español residente en Estados Unidos. El entrevistador le pregunta, para concluir, lo que iba a cenar esa noche. Yo imaginaba que su cena, en solidaridad con los millones de desheredados de la fortuna, sin ser un bocadillo de calamares o mortadela, sería una cena frugal o la de la mesa de cualquier familia media, pero no. Se descolgó con dos platos de esos de nombres raros, servidos en vajilla de porcelana que, a veces, en habla popular, «no llegan a la muela trasera», un vino de marca y postre de frutas maceradas en helados del trópico. Ausencia de solidaridad y empatía con los más débiles. Pobreza entre los barrios populares mientras aumenta el número de venta de apartamentos de lujo de más de un millón de euros en la costa con serias sospechas, según periodistas y expertos de Hacienda, de que provienen del blanqueo de capitales evadidos a la hacienda española. En otro tiempo de cambios e ilusiones de progreso estaba mal visto presumir de mucho dinero y posesiones. Hoy, como escribe el periodista Joaquín Estefanía, «parte de las élites han perdido el pudor de decir lo que piensan y lo que quieren hacer». Y el escritor José Saramago en su obra de La muerte de Ricardo Reis escribe: «la ostentación es un insulto a los pobres». El estigma de la pobreza y sus consecuencias son un concepto de violencia intelectual tal como las drogas, la explotación de la mujer en los prostíbulos o la delincuencia. Las estadísticas manejadas por economistas mundiales hablan de que 400 familias europeas y americanas poseen mas dinero y patrimonio que 800 millones de seres humanos del planeta. Aplicable a comunidades autónomas del Estado español donde se estima que entre 30 y 32 hombres o mujeres son más ricos que el total de 30 millones de españoles. Lo que parece no tener remedio es que estos porcentajes y bolsas mundiales de pobreza y marginación se mantendrán, sin apenas cambio, en los próximos decenios. El historiador Noha Harari así lo pronostica cuando habla de que, aunque el hambre y las guerras vayan desapareciendo, millones de seres humanos seguirán siendo pobres, en peligro de exclusión social, enfermos sin remedio y las élites se beneficiaran de proyectos dirigidos hacia la eterna juventud. Y sentencia el autor: «quienes viven en palacios siempre han tenido proyectos diferentes de quienes viven en chozas y es imposible que esto cambie en el siglo XXI». Alguien dijo que, para implantar medidas radicales de cambio, un político, tiene que vivir en un piso de clase media y no ganar más de 2.000 euros al mes. Cuando ciertos inspectores de la Agencia Tributaria y jueces rigurosos, empáticos e implacables con todos y que no pertenecen a los que suelen morder a los que van descalzo, pidan cuenta y denuncien a los grandes evasores fiscales de acá y de allá ya se encargaran sus testaferros y asesores fiscales de colocar sus dineros en Singapur, Panamá o incluso China. Solo queda confiar en el mito de la religión que augura un hálito de esperanza para los pobres de la tierra que, según las bienaventuranzas del Evangelio, «de ellos es el reino de los cielos». Pero el refranero castellano es rotundo para escépticos y desencantados: «cuan largo me lo fiáis».
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