Lo del puerto de Arguineguín convertido en muelle de la vergüenza, en el que en un espacio reducido llegaron a hacinar a más de 2.600 personas, hasta el punto de que hubo un momento que 'echaron' a más de 200 porque la presión era tal que podían empezar a caer al mar, según reconoció el propio delegado del Gobierno, lo que pone en claro las vergüenzas de este país que se llama de primer mundo, que aún, además, no ha aclarado quién fue el responsable de que se 'liberaran' a esos dos centenares de personas sin cobertura ninguna, es el más clamoroso ejemplo de la nefasta gestión de la crisis migratoria que ha dado pie a algunos episodios que manchan esa imagen de la que tanto presumimos, la de Canarias como tierra hospitalaria, en la que no anida la xenofobia, ni el racismo, pues no en vano hemos sido protagonistas principales y multitudinarios de unos cuantos procesos migratorios.
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Pero, ya ven, no pintan bonitos los tiempos y los hay que nada ayudan para mantener impoluta esa imagen de tierra generosa y de acogida. Unos nos han querido convertir en cárcel y tapón para impedir la llegada a Europa de miles de desesperados que huyen del vecino continente. Otros, carroñeros de la política, no han tenido reparos en aventar miedos y odios para obtener rédito y tampoco han faltado las llamadas huecas a la solidaridad de otros territorios, que a poco que se han registrado unas mínimas derivaciones se han apurado a promover el escándalo.
Lo cierto es que, aunque el Defensor del Pueblo los desaconseje, se construyen a toda prisa campamentos para refugiados que solo imaginábamos ver en películas. Nada se aprendió de la crisis de 2006 y nada parece que se está aprendiendo de esta.
Así, una confusa pelea acaba con una movilización amenazadora ante uno de los recintos de acogida a migrantes; ONG y Gobierno de Canarias aconsejan a estos no callejear para evitar incidentes xenófobos; una mujer exige en una guagua «que se levante la negra» del asiento que ocupa; un dirigente ultraderechista, parapetándose en la consigna 'salvar el turismo', habla de invasión y hasta se reclama la intervención de la Armada; y una alcaldesa, con una de cal y otra de arena, condena los actos intimidatorios pero relaciona el incremento de la delincuencia, desmentido por la Delegación del Gobierno, con el aumento de inmigrantes en su municipio. En esas estamos, y subiendo.
Aquí y allá sería conveniente no olvidar, ninguno, que somos un solo mundo, con voces múltiples.
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