No entiendo de cárceles y casi prefiero seguir en esa ignorancia pero supongo que una de las claves para su correcto funcionamiento es que el principio de autoridad quede meridianamente claro. Y también intuyo que lo mismo sucede cuando alguien tiene la brillante (es ironía) idea de convertir una isla en una gigantesca cárcel. Esto es lo que decidieron en el Gobierno central desde el primer momento ante el repunte migratorio, una solución teóricamente en sintonía con lo que desea la Comisión Europea. Para su puesta en práctica se pusieron manos a la obra los ministros Marlaska y Escrivá, con el delegado del Gobierno en Canarias, Anselmo Pestana, a los mandos en las islas de una nave condenada al mayor de los fracasos. Pero ahí sigue el hombre: en el camarote del capitán y anotando en el cuaderno de bitácora cómo el barco que es Canarias cumple con las órdenes recibidas pero hace aguas y se va hundiendo poco a poco.
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En esa cárcel en la que han decidido convertir Gran Canaria se encuentran varios miles de inmigrantes cuya paciencia empieza a agotarse. La razón es bien sencilla: las repatriaciones son lentas; las derivaciones, igualmente lentas y además no se quieren hacer por la vía oficial, porque a Madrid le incomoda que otras autonomías se quejen, de manera que prefiere que el problema quede aquí, que para eso estamos lejos y damos poco la lata... y los inmigrantes se desesperan, porque ahora ven que los sacan de hoteles, los envían a barracones, les dejan salir pero no tienen medios para ganarse el sustento, y alrededor se encuentran con una realidad que para muchos es el paraíso de la riqueza, mientras que en realidad es una Canarias que se empobrece a pasos agigantados. En ese cóctel peligroso de circunstancias no queda claro el principio de autoridad, sobre todo cuando la consigna oficial es negar la realidad. Así pasa lo que pasa: que cada día policías locales, nacionales y guardias civiles se las ven y se las desean para poner orden, pues que se callen, porque la orden es que no trascienda, que no se diga, que no se hable ello, que la isla-cárcel continúe en silencio...
Ayer trascendió un vídeo de una pelea por el negocio (también es ironía) de aparcar coches en San Fernando de Maspalomas y las imágenes hablan por sí solas. Pero todos tranquilos, que Pestana seguirá en su sitio, como si nada. Luego, que nadie se rasgue las vestiduras cuando despertemos un día y veamos, cual Samsa, que la xenofobia está aquí.
Porque contar lo que pasa no es alimentar los bajos instintos; no hacer nada creo que sí lo es.
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