El paso del tiempo hace que seamos muchos los que pensamos que la pandemia modificó buena parte de los tradicionales comportamientos socioeconómicos en el mundo ... occidental. A primera vista, la reacción generalizada en estos tres años, tras la situación de emergencia, ha sido 'vivir más el día a día' y preocuparnos menos por un futuro imposible de controlar.
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En consecuencia, es probable que esta nueva filosofía de vida haya favorecido un incremento espectacular de todas las actividades vinculadas al ocio y el disfrute cotidiano, figurando el turismo, los viajes y la restauración entre los sectores más beneficiados.
En España, el buen momento que atraviesa la economía seguramente guarde relación con las condiciones favorables que ofrecen todos sus territorios para el desarrollo de actividades vinculadas al turismo, el ocio y los servicios en general.
De manera particular, resulta muy significativo todo lo sucedido en Canarias después de esos tres años oscuros, en los que el virus nos alejó más si cabe del mundo que nos rodea. Las Islas, en general, no ha dejado de mejorar, mes a mes, la ocupación turística, incrementándose los ingresos provenientes del turismo y todos sus servicios vinculados.
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Del mismo modo, parece también que, con la salida de la pandemia, han aflorado, con mucha fuerza, inquietudes que hasta entonces preocupaban menos a la ciudadanía. Sin duda, entre todas ellas destaca el problema de la vivienda y todo lo vinculado con la misma, tanto desde el punto de vista social como residencial, turístico o laboral.
Las administraciones públicas nunca han podido poner en el mercado el volumen de viviendas sociales necesario para cubrir la demanda de la parte más frágil de la sociedad, aquella que se ve incapaz de acceder a un inmueble privado o un alquiler asequible. El precio del suelo y los bajos salarios limitan a un segmento importante de la población a la hora de conseguir esa vivienda.
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Por otra parte, la concurrencia competencial entre los municipios y la Comunidad Autónoma para el desarrollo efectivo de políticas de vivienda -los ayuntamientos tienen que ceder el suelo para que el Gobierno construya- es otro elemento que frena la realización de los planes programados y deriva en una ejecución muy baja.
La óptima marcha del turismo, la dificultad para conseguir plaza en los hoteles y el incremento de los precios en el sector han favorecido, de alguna manera, el crecimiento de la oferta de vivienda vacacional, con una rentabilidad para los propietarios mayor que la del alquiler tradicional.
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Cabría preguntarse entonces si la fuerza con la que ha surgido la vivienda vacacional es consecuencia de los altos precios de las plazas hoteleras. O si ha sido la alta demanda turística postpandemia la que ha inducido a sus propietarios a colocarlas en el mismo mercado, obteniendo así unas rentas impensables con respecto al alquiler convencional.
La realidad es que la planta hotelera y extrahotelera del Archipiélago, con sus exigibles condiciones competitivas, goza de una muy buena ocupación, al tiempo que la vivienda vacacional también está proporcionado a sus propietarios una notable renta complementaria, que ayuda a dinamizar la economía de las Islas.
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No obstante, de la misma manera que crecen la ocupación turística y la de vivienda vacacional, disminuye la oferta del alquiler convencional, del que suelen hacer uso familias y trabajadores. Sus consecuencias se traducen en un fuerte incremento del déficit de viviendas familiares y graves dificultades alojativas para quienes, sobre todo en zonas turísticas, encuentran una oportunidad de empleo.
La buena marcha del turismo, el ocio y la restauración demanda mano de obra para mantener la calidad en los servicios ofertados. Sin embargo, los problemas para conseguir un alojamiento se están convirtiendo en un verdadero hándicap para que los trabajadores puedan aprovechar las oportunidades laborales surgidas en instantes de alta demanda en el sector servicios.
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Las quejas entre el empresariado por la dificultad de hallar trabajadores para hoteles y apartamentos, bares y restaurantes, transportes, comercios o la construcción se generalizan. Resulta difícil de entender cómo un país con una alta tasa de desempleo no consigue mano de obra para mantener la calidad de los servicios. ¿El alto precio de los alquileres? ¿La falta de estímulos al trabajo? ¿La ausencia de incentivos que aleje la tentación de «tirar con la paga y algún cáncamo»?
Las opciones por las que apostemos nos ayudarán a definir el modelo de sociedad que deseamos para las nuevas generaciones.
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