Papel mojado
En plena pandemia el PSOE, Podemos y EH Bildu firmaron un acuerdo para derogar íntegramente la reforma laboral del PP. El Gobierno necesitaba una prórroga más del estado de alarma y, en un síntoma de auxilio y debilidad, recurrió al independentismo vasco para agarrarse a sus escaños. Por supuesto, EH Bildu aprovechó la ocasión, con todos los réditos políticos que conlleva, de hacerse protagonista del derribo normativo de Mariano Rajoy. Enseguida saltaron las alarmas y Pedro Sánchez, compelido por Nadia Calviño, obligó a rectificar la interpretación del contenido del texto. Fue una de las jornadas más controvertidas de las vividas por el Ejecutivo de coalición desde su conformación, hace apenas seis meses mal contados, hasta la fecha.
Sin embargo, la disputa persiste. En la Comisión de Reconstrucción EH Bildu presentó una enmienda en relación a la consabida reforma laboral y sobre la marcha se volvieron a prender las desconfianzas. El PSOE respaldó la misma pero en cuestión de una hora, y valiéndose del PP, obligó a repetir la votación en aras de pronunciarse en contra. EH Bildu se suma a ERC y se distancia del Gabinete de Sánchez y Pablo Iglesias. El PSOE trata de buscar acomodo con Ciudadanos y si acaso con los populares para no depender del soberanismo catalán ni vasco. La pregunta estriba en qué hará Podemos si, al final, la normativa laboral se transforma escasamente y mantiene los grandes pilares de la regulación de Rajoy: merma de la negociación colectiva, término de la ultraactividad y supeditación del convenio a lo decidido en el ámbito de la empresa.
Va de suyo que, en medio de la campaña electoral en Euskadi, este asunto es un filón para EH Bildu de cara a su competición con el PNV. No obstante, la clave que subyace es que el PSOE, o una parte importante del mismo, no acaba de estar cómodo con Podemos. De hecho, desde la formación liderada por Iglesias observan que el brindarse los 10 escaños de Ciudadanos a la posibilidad de dar luz verde a los Presupuestos Generales del Estado, es tan solo un primer paso para luego mutilar el pacto de izquierdas. El potencial malestar social al alimón de una crisis económica cuya magnitud se podrá testear del todo llegado el otoño y el fraude al no cumplimiento por parte del PSOE con lo firmado junto a Podemos y EH Bildu, justo en una materia tan sensible para la otrora clase trabajadora, hoy precariado, es lo que puede decantar que Iglesias rompa. Aunque no sea, ni por asomo, su intención. Tratará de evitarlo por mucho que tenga que digerir algunas cosas con las que no comulgue. Pero eso es la política: la virtud de lo posible. La geometría variable permite, hasta cierto punto, ir basculando con los socios según se tercie. Pero eso funciona cuando estás relativamente cerca de la mayoría absoluta. Con los 120 diputados que obtuvo el PSOE el 10N es inviable. Antes o después, la fórmula se agota.