Una persona con un cartel en el que advierte del declive social. EFE/ José Jácome
...y los gatos tocan el piano

Malas noticias

Comienza el nuevo curso escolar y político, y con él, la vuelta a la rutina tras el paréntesis veraniego. Un período de descanso —o, como ... se dice ahora, de «desconexión»— que parece habernos dado un respiro de la sobredosis informativa. Pero basta con abrir un ojo para comprobar que todo sigue igual: los mismos temas en el candelero, los mismos gritos, los mismos insultos. Muerte al diálogo, muerte a la negociación. El insulto campa a sus anchas y el hiperbolismo se ha convertido en el principal método de comunicación política.

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Desde la pandemia, buena parte de la ciudadanía ha desarrollado una especie de fobia a las noticias. No les falta razón: titulares apocalípticos, augurios constantes de colapso, futuros inciertos. Muchos han optado por cambiar el telediario por saludos al sol o vídeos de gatitos. No es cinismo, es autodefensa.

Quizás por eso cada vez más personas prefieren mantenerse al margen de todo. Al margen de los «lunáticos de izquierda»; de «los enemigos de España» que secuestran la democracia. Al margen de Sánchez que es el único presidente del mundo que quiere seguir en su cargo. Al margen de Ryanair cuyo dueño es una pobre víctima del Estado malvado que odia al pequeño empresario. Contra la indignación del titular, el pasotismo. La evasión: conciertos con cerveza a un euro, presentaciones de carteles de Carnaval que cuestan 100.000 euros en puesta en escena. Da igual. Una fiesta es una fiesta. Y al menos no te vas a la cama pendiente de la última contrarrespuesta en las redes sociales.

Fuera del foco mediático, y sobre todo del interés ciudadano, quedan los asuntos que de verdad importan porque afectan a nuestra vida diaria: la educación, la sanidad, los servicios públicos esenciales, más camas hospitalarias, más residencias, más atención a los cuidados... Eso no da 'likes', ni 'trending topics', ni siquiera sirve ya para titulares de tertulia. Son malas noticias. Y las malas noticias, como sabemos, no venden.

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