Las relaciones entre la clase política y la periodística se mueven en una horquilla que va de la pasión al odio. Es la tónica ... de los medios de comunicación en España: vivir del conflicto -real o ficticio- y de las bodas -también reales o inventadas- con los responsables de la cosa pública.
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En este intercambio, ambas partes salen favorecidas. Así, mientras el político narra sus supuestos logros, sus grandes planes de futuro o las soluciones de algún problema en estilizadas notas de prensa, el periodismo se ahorra el trabajo de preguntar, contrastar y redactar. limitándose, en demasiadas ocasiones, a un copia-pega no muy decoroso.
La cosa es aún mejor si se inventa alguna palabra mágica que se convierta en un eslogan resultón. El famoso «IBI social», la transformación de la ciudad gracias a la «movilidad sostenible», la creación de «senderos verdes», las «rutas culturales», el fabuloso megaproyectos de los cuatro millones de puestos de trabajo, que tanto da en una isla como en otra mientras sea «de interés general» con vocación de «creación de riqueza», la maravillosa «diversificación de la economía», unidades de atención temprana que se inauguran en la misma que ya estaba abierta… y así hasta el infinito.
Lo cierto, sin embargo, es que, a derecha o a la izquierda del panorama político, nada cambia. Barrios olvidados, sin aceras y sin servicios. Calles y carreteras en las que hay que ir haciendo motocross o enduro por la cantidad de baches sin arreglar, gente que sigue viviendo en contendores a los que llaman «casas prefabricadas» en La Palma, listas de espera interminables en Sanidad, y pobreza, miles y miles de personas malviviendo en infraviviendas y malcomiendo gracias a sus infratrabajos.
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Es lo que tiene gobernar a golpe de nota de prensa, un trabajo ya hoy al alcance de una inteligencia artificial tan insensible como la estupidez natural.
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