Donde brilla la luz de los finados (2)
«El 25 de octubre de 1905 los vecinos del nuevo y populoso barrio del Puerto solicitan al ayuntamiento la construcción de un nuevo cementerio para la zona»
Al camposanto de Vegueta le seguiría el que supone una verdadera y elocuente novedad, el «Cementerio Inglés» de San José, establecido en 1834 y que ... acogió los primeros enterramientos a finales del año siguiente. Desde principios del siglo XIX existía en la ciudad una importante y creciente colonia británica, la cual en 1830 se planteó la necesidad de tener su propio camposanto, dado que hubo entre ellos una gran conmoción, y subsiguiente preocupación, cuando falleció Sarah, la esposa de Benjamín Walter, y le fue denegada la solicitud para enterrarla en el Cementerio Católico de Vegueta. Así, el día 9 de febrero de 1829 fue enterrada, de acuerdo con los ritos de la Iglesia Protestante, fuera de las murallas de Las Palmas. En consecuencia, a principios de 1830, el vicecónsul y unos residentes británicos decidieron adquirir un terreno para su propio cementerio, contribuyendo el Gobierno británico con 50 libras, siempre que los residentes pusieran una cantidad igual. Años después el ayuntamiento capitalino también les aportaría unos terrenos, al sur del barrio de San José, donde se ubica desde entonces.
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Con la construcción del moderno Puerto de La Luz, y la subsiguiente aparición de nuevos asentamientos urbanos -La Isleta, El Refugio, Santa Catalina, Guanarteme, y más tarde Alcaravaneras-, con una demografía creciente e imparable, ya el 25 de octubre de 1905 los vecinos del nuevo y populoso barrio del Puerto solicitan al ayuntamiento la construcción de un nuevo cementerio para la zona. A finales de los años 20 se piensa en una loma por encima de Guanarteme, pero son terrenos del municipio de San Lorenzo y se retrasan las gestiones. Hacia 1927 se allanan el procedimiento y se encarga un proyecto al arquitecto municipal. Por fin, tras nuevos problemas y trabas de todo tipo, se inaugura en 1942, sobre una superficie de 14.144 metros cuadrados. En su suelo se encuentran integrados también los cementerios destinados a las comunidades coreana, judía y musulmana. Más de treinta y seis años habían sido necesarios para llevarse a cabo este imprescindible proyecto.
El más actual de todos, el de San Lázaro, como señalaba el alcalde de la época, José Ramírez Bethencourt, se abrió dado que el de Vegueta no tenía cabida para más inhumaciones y no era posible ampliarlo por hallarse dentro del casco urbano, y el del Puerto, en un futuro próximo, resultaría también insuficiente, aparte de estar llamado a desaparecer, a causa de las nuevas edificaciones que se realizasen en aquellos alrededores, lo que nunca ocurrió, aunque sí se redujo su perímetro inicial de 60.000 metros, con capacidad entonces para unos 40.000 enterramiento, algo que se amplió con el tiempo. Su inauguración tuvo lugar el 5 de abril de 1960, siendo bendecido por el Obispo de Canarias doctor Pildain y Zapiain. En el mes de julio siguiente se procedería a pavimentar y construir las aceras de la vía de acceso y plaza delantera del cementerio de San Lázaro.
Pero estos días de «finados» tienen también otros puntos en los cementerios de San Lorenzo, Tenoya y Tafira. El de San Lorenzo, entonces aún en ese municipio colindante a Las Palmas, puede considerarse el tercero abierto en lo que hoy es la capital insular, pues se proyectó y abrió casi a la par que el «Cementerio Inglés», en los años 1834 y 1835. El motivo fue el común a la inmensa mayoría de las iglesias en España, dados los malos olores que provocaban numerosos los cadáveres sepultados en el templo (que llegó a contar con «dos zonas de enterramientos» adosadas al templo). Hay un testamento del año 1834 elocuente de ello, el de la vecina María del Pino Hernández, que pedía ser enterrada en el cementerio del Lugar de San Lorenzo. También, en terrenos de aquel antiguo municipio, se encuentra el Cementerio de Tenoya, ubicado en lo alto de la Loma de La Viuda. Una aspiración de los vecinos de un lugar que crecía y que se veían obligados a trasladar sus difuntos, como poco, al cementerio de San Lorenzo. En una placa, sobre una puerta lateral, «los vecinos de la parroquia de Ntra. Sra. de la Encarnación» recuerdan al «muy Venerable Párroco D. Florencio Rodríguez Artiles, promotor de esta obra, Tenoya 1952».
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El Cementerio de Tafira, en lo alto del Lomo Capón, en lugar bien aireado y hermoseado con arboleda, jardines y arriates, con fosa común para enterramientos de diferentes instituciones en otros tiempos, ya se reclamaba por los vecinos de Tafira y de Marzagán desde los tiempos de la alcaldía de Antonio López Botas, como se muestra en un elocuente documento de 1866 que señala como «dado los gravísimos perjuicios que de ello se siguen a todo el vecindario del Pago de Tafira con la traslación de los cadáveres al cementerio de la ciudad». En 1919 el Ayuntamiento reconoce esta necesidad y cómo se hacen gestiones para ello desde el año 1864. Se pensó en terrenos de El Monte Lentiscal, de Tafira Baja y de Marzagán, pero no reunían los requisitos sanitarios pertinentes.
El cementerio de Tafira no se inauguraría hasta el 2 de enero de 1939, con la presencia por el Ayuntamiento del concejal Silvestre Bello Rodríguez, acompañado del secretario municipal Juan Arencibia, y siendo bendecido en nombre del obispo por el párroco de Tafira, Bartolomé Hernández. El primer enterramiento tendría lugar el 13 de enero y, como destacó la prensa de la época, ofició en el entierro el párroco «…haciéndolo completamente gratis y de primera clase debido a que los familiares del difunto son personas necesitadas…».
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Si el traslado de los difuntos fue otro de los asuntos que señalaron el acontecer urbano de los dos siglos precedentes y caracterizaron muchas costumbres, al igual que la de los enterramientos por la noche, a la luz de hachones y velas, uso prohibido en 1918, los abusos de todo tipo que se cometían en el cementerio de la ciudad, que ocuparon muchas páginas de los periódicos, entre ellos 'El Telégrafo' en 1887, o casos curiosos como el del vecino Juan González Hernández que en 1876 oficialmente reclamaba la custodia del cráneo de su madre, «…que se hallaba fuera del nicho y en poder del capellán del cementerio de las Palmas…», parece que el Ayuntamiento de Las Palmas a comienzos del siglo XX se convenció de la necesidad de contar con un coche de caballos fúnebre digno y adecuado a las necesidades municipales, por lo que encargó un proyecto al arquitecto municipal Laureano Arroyo, que el 15 de febrero de 1905 entregó una curiosa y hermosa propuesta planteada en un magnífico y detallado plano, acompañado del ineludible presupuesto. Finados, cementerios, tradiciones y costumbres funerarias, algo a rememorar en estos días de difuntos. Días en los que, como cantan los Ranchos de Ánimas, y recogió Miguel Suárez Miranda en 1943, «Las almas en pena / esperan perdones, / súplicas aguardan / del rancho a los sones». Es la luz de los finados que hace fiesta de su memoria.
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