Lou Grant frente al algoritmo
El periodismo de hoy no es ni de lejos tan bueno como el pasado, pero hay que apelar a su espíritu y a la profesionalidad de los trabajadores de los medios para frenar una sociedad cada vez más dócil, terraplanista y estúpida gracias a las redes sociales
Mi primera idea con un algo de conciencia de lo que es el periodismo no se debe al periódico que cada día, sin falta, compraban mis padres en casa. Se lo debo a 'Lou Grant', aquella maravillosa serie norteamericana que transcurría en torno a la redacción de 'Los Angeles Tribune'. Las andanzas de Rossi, Animal, Billie y el propio Lou Grant aterrizaron en mi infancia, pero calaron. Hasta el punto que tantos años después sigo defendiendo que el espíritu de aquella legendaria serie es el que debe marcar el presente y el futuro de este oficio.
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El periodismo que defendía a fuego Lou Grant ya no existe. El que ahora se hace es otra cosa. Incluso, a veces, lo que se lee o ve en algunos medios ni siquiera puede entenderse como periodismo. Pero es lo que tiene la evolución. O involución según se mire. Algo que ocurre en todos los ámbitos. Incluido el audiovisual, porque ya quisieran la mayoría de las series que tanto furor generan en estos días tener un 2% de la calidad que desbordada la mencionada producción de la CBS que se emitió en los años ochenta en España.
Hay dos elementos fundamentales para entender qué ha pasado para que el periodismo sea lo que es ahora. Por un lado están las distintas crisis económicas. Sobre todo la generada en 2008, que hizo estragos en unas empresas de comunicación que ya estaban bastante debilitadas. Se encontraban en esa situación, en gran medida, por el cambio de hábitos que ha generado el desarrollo tecnológico. La prensa escrita pensó que internet era el chocolate del loro y abrió las compuertas de sus contenidos en la red de forma gratuita y lo que hizo fue tirar por la borda gran parte de su negocio -e independencia, que va de la mano- y ayudar a que pasar por el quiosco cada mañana dejara de ser un paso trascendental para ser un ciudadano informado y bastante más libre. No se trata de echar culpas a nadie ni de volverse nostálgico. Pero los hechos son los hechos y el periodismo, antes, ahora y siempre se debe a los mismos.
Esa nueva era de la comunicación no ha culminado. Su futuro no está definido. Nadie lo ha escrito porque no se sabe con certeza hacia dónde caminamos. Por ahora todo son palos de ciego, hipótesis y pruebas para reflotar un negocio que, más allá de los números, es capital para los estados democráticos. No es un tópico. También es un hecho.
¿El periodismo que se hace hoy es peor al de hace una o dos décadas? Sí. No nos rasguemos las vestiduras. Las plantillas han mermado y sin los soldados suficientes no se puede ganar la batalla del día a día. Perdón por el ejemplo bélico. A eso se suma que ya no solo se compite en las ondas, en la 'caja tonta' y en los quioscos. Toca luchar por la atención de los lectores en la red y ahí, por desgracia, todo vale y todo se confunde.
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Una de las premisas que mejor aprendí es intentar que lo que cuento en las páginas del periódico sea capaz de competir con la atención de alguien que, a primera hora o a media mañana, se está tomando un café y un jugoso 'croissant'. Consiste en lograr que lo que ha comenzado a leer capte hasta tal punto su atención que el café se enfríe y el croissant pierda su turgencia y se convierta casi en un ladrillo. Es una utopía. Siempre lo fue, pero a veces de sueños e ilusiones también se vive.
Si el oficio no va bien y lo que se ofrece tampoco es lo de antes. ¿Qué lo hace importante? Su esencia, los profesionales y la competencia. Queda el espíritu de Lou Grant, los ecos de aquel pasado. Y esos mueven a los profesionales que se dedican a contar lo que pasa y, sobre todo, lo que algunos quieren hacer pensar que no sucede. Existen y existirán siempre periodistas muy buenos. También pésimos. Las manzanas podridas están en todos los cestos. Pero esos profesionales siempre dan la cara o aportan su firma. ¿Se equivocan? Por supuesto. Nadie está a salvo de eso. Pero si lo hacen, rectifican -la mayoría- y buscan resarcirse y mantener la confianza de los lectores, oyentes o espectadores con una noticia mejor y diferente. El enemigo está claro. Es el que reina en las redes sociales. Ahí no hay información. Sí entretenimiento, ofertas de todo tipo, cotilleos, odio, memes, bulos y opinadores sin fundamento. Es el reino de los algoritmos, de la manipulación y un terreno abonado para generar una sociedad dócil, esclava, terraplanista e imbécil. Ante eso solo nos queda el periodismo. ¡Y vamos a por ellos!
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