A veces recuerdo, no sin cierta vergüenza, el berrinche que me pillé, hace años, por una visita frustrada en Nueva York. Quise ver el sitio ... donde se grabó aquella escena mítica de la historia del cine en la que el aire que causaba el paso del metro levantaba las faldas de un vaporoso vestido blanco que lucía Marilyn Monroe, situada sobre unas rejillas de ventilación del suburbano que daban a la calle.
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La escena se rodó en la vía pública en 1954, pero no fue la que apareció en 'La tentación vive arriba', sino otra rodada en estudio. Hoy es todo un punto de interés turístico, insisto, por una escena que no fue ahí. Y yo quería verla pese a que mi conexión con Monroe es pura mitomanía.
La anécdota se me vino a la mente estos días, cuando me empeñé en reconstruir la infancia de mi madre, revisitando con ella algunos lugares que formaron parte de su vida. La escuela de doña Rosa, la de doña Pino, el colegio privado de San Gregorio, la tienda de golosinas de Teresita, la de Mariquita y Olguita… Todo en Telde.
Las casas les sobreviven, físicamente, pero aquel paisaje humano, social y comercial, que sí existió y que sí tiene que ver con nosotros, solo resiste en los recuerdos de mi madre y de la gente de su generación. Es ley de vida, pero me entristece comprobar que esa memoria colectiva pronto pasará al olvido.
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Por eso me congratulo con iniciativas personales como la que lleva años impulsando el cronista de Telde, Antonio González, para sacar a flote, mediante placas, esa historia chica de las calles. O los cuadros de historia que el desaparecido Feluco González repartió por Tunte. O las placas de azulejo que Juan Vega colocó en El Tablero. Porque la historia no solo habita en palacios o iglesias. Ojalá cunda ese ejemplo.
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