En las facultades de Ciencias Políticas seguramente se estudiará en profundidad el fenómeno de Podemos. Quizás en una cátedra dedicada 'Lo que pudo haber sido y no fue' o 'A dios pongo por testigo que nunca más presumiré de lo que he conseguido'. Porque ciertamente es digno de análisis el caso de un partido que llegó para cambiar tantas cosas y que en menos de una década ve cómo uno de sus fundadores y líderes se retira.
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Hablamos de una organización política que nació precisamente de la conjunción astral de una serie de amigos en las facultades de Políticas y que tuvo a su favor un mérito que nadie puede cuestionarles: leyeron perfectamente el fenómeno del 15M y canalizaron un descontento social que era transversal, en el que se mezclaban votantes de la izquierda tradicional con los que sufrían los estragos de la crisis que estalló en 2008 y también una juventud que no veía futuro en este país. En otras ocasiones muchos de esos ciudadanos se quedaban en casa cuando había elecciones o se decantaban por agrupaciones que no tenían posibilidades de superar los listones del sistema electoral. Podemos cambió esa suerte.
Pero pronto empezaron los problemas. Se les llenó la boca hablando de casta y casi a las primeras de cambio aparecieron voces internas que advertían de la instauración de una nueva casta en Podemos. Y de un clan de poder que iba eliminando a los que discrepaban. Por el camino se fueron quedando Tania Sánchez, Carolina Bescansa y hasta Íñigo Errejón. Por si fuera poco, llegó el episodio del chalet de Galapagar, una decisión de ámbito doméstico pero con inevitables consecuencias externas, tanto para sus inquilinos como para la propia organización.
Cuando se selló la coalición de gobierno con el PSOE e Iglesias consiguió llegar al Consejo de Ministros con una vicepresidencia y un ministerio, algunos pensaron que había tocado finalmente el cielo. Pero hasta en el cielo hay que trabajar y las coaliciones obligan a tener una cintura en plena forma. No fue el caso y las costuras de la coalición empezaron a aflorar.
Al final, creo que Pablo Iglesias ha hecho lo que corresponde. Cuando el barco naufraga, no es de recibo que los sacrificados sean los grumetes. Alguna responsabilidad tiene el capitán, y más aún si se coloca como candidato.
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Visto lo visto, vamos a tener razón los que dijimos que en democracia no hay que temer a ningún partido legal y que a veces lo mejor para quien viene con un discurso contra el sistema es dejarlo gobernar.
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