Vuelven estos días los docentes a las aulas y lo hacen en un país extremadamente polarizado. Ni siquiera en verano ha habido una tregua, pues ... una desgracia nacional, como fue el caso de los grandes incendios en la península, también se convirtió en material inflamable que añadir a la pira del pulso entre los extremos ideológicos. Peor aún, esa radicalización de los discursos incluso ha dejado de ser patrimonio de quienes están en el lado ultra de la derecha y la izquierda:ahora lo que se ha difuminado es el centro y tenemos a PP y PSOE peleando para ver quién eleva más el tono respecto al contrario.
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Con ese ambiente irrespirable, las aulas deberían ser el oasis de paz. O quizás el escenario donde ayudar a entender lo que está pasando, a interpretar lo que se busca con esas estrategias de polarización y a dotar a los alumnos de mecanismos para no caer en la provocación. Promover eso no es decantarse por una ideología u otra, sino hacerlo por la defensa de la democracia, que se supone que es lo que nos interesa. Y por garantizar una convivencia sana, alejada de la toxicidad de esos discursos agresivos sustentados en la desinformación interesada.
Enlazo esto con el debate en torno al uso de los dispositivos digitales en las aulas. Una cosa es que los alumnos no tengan a mano un móvil que interrumpa al profesor o que les permita buscar en Google el resultado a un ejercicio matemático y otra muy diferente es pensar que, si los aislamos del mundo digital durante cuatro, cinco o seis horas, después no van a conectarse desde que salgan del colegio.
La digitalización ha llegado para quedarse y remar contra ese corriente es un esfuerzo inútil que solo conduce al agotamiento. Lo que toca es asumir que la pedagogía digital debe formar parte de lo que se enseña. Y cuanto antes, mejor.
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Una sociedad que sepa distinguir entre la verdad y la mentira, esa que pulula en cantidades industriales en las redes sociales y en las plataformas, tendrá más posibilidades de librarse de la toxicidad política. Unos alumnos instruidos sobre las ventajas de internet, que permiten leer lo que antes era patrimonio de pocos y, por tanto, democratizar la cultura, serán en el futuro integrantes de una sociedad más culta y, por tanto, más sana.
Personalmente, creo que el docente que no asuma eso como parte de su programa de formación de los alumnos a su cargo no solo está desfasado, sino que da argumentos a quienes quieren suplantarlos por la educación 'online' (más barata pero menos sociable).
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