Supongo que dentro de la forma de proceder del equipo que organiza los carnavales de la capital grancanaria está la apertura de un periodo de ... reflexión una vez que acaban las fiestas. Un tiempo destinado a analizar con serenidad lo que salió muy bien, lo que se quedó simplemente en bien, aquello que acabó regular, lo que no se ajustó a lo previsto y también lo que, por mucho que estuviera bien pensado, acabó rematadamente mal.
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Pero para que ese ejercicio se haga con algo de perspectiva es preciso no solo dejar pasar unos días, sino abrir los oídos y no escuchar solo a quienes están dispuestos a regalar lisonjas porque les sale del alma -nada que objetar- o porque les sale del bolsillo -entonces es otro el cantar-. Y ese ejercicio de escucha debe ir más allá de lo que se conoce como 'la gente del carnaval'. Lo digo porque, si el carnaval «es del pueblo», como nos dicen hasta la saciedad las tres semanas que dura, es de suponer que el pueblo no nace y acaba en los grupos, los artistas y los que están a sueldo de la organización.
Este 2024 el Ayuntamiento de la capital grancanaria se enfrentaba a varios retos en paralelo: para empezar, el de un cambio de escenario obligado por las obras en el entorno del parque de Santa Catalina. Luego, un director artístico nuevo y también el retorno de Alberto Trujillo como decorador del escenario. Pero la Concejalía seguía en las mismas manos y el pacto de gobierno, también en los mismos tres partidos, de manera que no vale aferrarse a que había que refundar o reinventar el carnaval, pues eso significaría que lo ofrecido hasta la fecha era un cementerio. ¿O igual sí lo era pero entonces se molestaban con la crítica? Ahí lo dejo, que las hemerotecas son como el algodón.
Es incuestionable que el público se echó a la calle en las grandes noches carnavaleras. Había ganas y se desbordó la pasión festiva, con el añadido de que el despliegue policial (de la Nacional, pues a cada uno la medalla que se gana a pulso) contribuyó a dar sensación de seguridad. Pero ese éxito de asistencia evidenció fallos de cálculo: si se apuesta por conciertos gratuitos con artistas con gran tirón, como se hizo con acierto, pues se comete el riesgo de que el aforo previsto se quede pequeño, de manera que los insatisfechos sean tantos como los satisfechos. Y así sucedió con Elvis Crespo y Manuel Turizo.
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En cuanto a las dos grandes galas, loable el esfuerzo por darles más ritmo. Pero haría bien la dirección artística en sentarse con diseñadores, patrocinadores, drags y encargados de la música de cada desfile: o se actualizan o acaban cansando al espectador, sobre todo al televisivo. Y lo mismo sobre la ya (un tanto) manida transgresión: ¿alguien la vio en la gala drag? Pues malo si no la hubo.
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