Al mismo tiempo que un puñado de ricos son buscados en el Atlántico porque se perdió la conexión con el submarino que los llevó a ... ver los restos del 'Titanic', aquí al lado una mujer embarazada falleció en la travesía que la sacaba -o eso creía ella- de la miseria más absoluta y la traía al Primer Mundo. Veinticuatro horas después, la cosa fue, tristemente, a peor: unos 40 migrantes ahogados al hundirse su embarcación, tras horas esperando y suplicando para ser rescatados.
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Son las dos caras de este mundo que nos ha tocado vivir. Unos acaudalados hombres y mujeres que pagan casi un cuarto de millón de euros para ver un pecio y cuya búsqueda cuesta una millonada a las arcas públicas, y unos hombres y mujeres que se hipotecan en vida, así como sus familias, para abonar los al menos 1.500 euros que cobran las mafias por cada ocupante de una embarcación. Por muy insegura que sea la embarcación, que lo es, y por muy incierto que sea llegar a buen puerto. Más aún: por muy dudoso que sea que se quedan en el destino, porque una parte importante acaba siendo repatriada.
Lo ocurrido en las aguas entre Canarias y África ha coincidido con el Día del Refugiado. Y también con los ecos de la tragedia vivida en el Mediterráneo, donde se teme que el balance de fallecidos al hundirse un barco cargado de migrantes se eleve a medio millar. Cada una de esas muertes es un fallo en el sistema:ni deben subirse como se suben a pateras, cayucos, zódiacs o barcos casi de papel, ni deben estar días y horas de travesía sin que haya una garantía de vigilancia que sea cien por cien eficaz en la detección y en prestarles auxilio. Porque todo eso no ocurre en aguas próximas a países desestructurados, a estados fallidos... Ni mucho menos. Ocurre en nuestro patio, ya sea en el litoral próximo a Canarias como en las costas del Mediterráneo (un mar que no es el Océano Atlántico, de manera que tampoco es imposible detectar a un barco de las dimensiones del que naufragó cuando salía y menos aún cuando se acercó a las costas de las islas griegas).
Europa sigue mirando para otro lado mientras el recuento de cadáveres se incrementa. Esto no es un problema de Grecia, como no lo es de Canarias, Andalucía, Murcia o Baleares... Es una cuestión de Estado para cada país y es también una cuestión de ámbito comunitario. La mujer embarazada falleció tocando en la puerta de Europa. Y de allí no llega ni las condolencias.
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