El primer ministro británico, Keir Starmer, anunció esta semana los planes de su país para el rearme que reclaman la OTAN, la Unión Europea y ... el presidente de Estados Unidos. Todavía no sabemos cuál es el enemigo que nos puede atacar, pero los gobiernos occidentales no paran de tirar de talonario para subir la participación presupuestaria en gastos de defensa.
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Entre los anuncios de Starmer, sobresale la incorporación de nuevos submarinos atómicos, en una escalada belicista que nos devuelve a los tiempos de la Guerra Fría. Se supone que cuando la Armada disponga de esos submarinos, serán lanzados a misiones que tengan que ver con esos riesgos que siguen sin ser explicados.
Salvo contadísimas excepciones, las guerras no nace de un día para otro. Incluso la Primera Guerra Mundial no brotó de forma espontánea por un magnicidio:había un caldo de cultivo, un contexto específico que fue alimentando aquel ataque y el posterior estallido bélico. Lo mismo cabe decir de la Segunda Guerra Mundial, que fue precedida de actuaciones de Alemania que contravenían los acuerdos previos y que, por supuesto, vulneraban el derecho internacional.
Ahora, como no hay una sola explicación de cuáles son los riesgos reales, cabe preguntarse si es que los gobiernos y, sobre todo, sus servicios de inteligencia han estado ciegos de aquí para atrás. Y si el enemigo es Putin, ya están tardando en decirlo. La única manera de que alguien no se cuestione el incremento del gasto militar es que el Gobierno de turno comparezca en televisión en horario de máxima audiencia y le diga a los ciudadanos:«Pues sí, señores y señoras, sabemos que el presidente de Rusia tiene planes para invadirnos e incluso lanzar sus misiles contra nuestro suelo». Y donde digo Putin, digo cualquier otro dirigente, ya sea del norte, el sur, el este o el oeste.
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Llenar los mares de buques de guerra, los cielos de aviones cargados hasta los dientes y las bases terrestres de tanques dispuestos a salir pero no implicar a la ciudadanía es un error mayúsculo. Las guerras de hoy día en el Primer Mundo no se pueden concebir sin el apoyo expreso y la complicidad de los hombres y mujeres que después son llamados a las urnas para conformar las asambleas que los representan. Miremos el caso de Israel y de Ucrania y tomemos nota, y no miremos el de Rusia porque pretender que eso es una democracia es pecar de benévolos.
Pero, sobre todo, sean claros y dígannos lo que hay. Somos un pueblo adulto.
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