El pleno sobre el estado de Gran Canaria celebrado esta semana deja, como suele ser habitual en este tipo de sesiones, mensajes contrapuestos sobre una ... misma realidad. Pero más allá del hecho de que unos ven el vaso casi lleno y otros a punto de quedar vacío, está la realidad de una mayoría estable y una hoja de ruta clara que comparten los consejeros del grupo de gobierno. Y esto, que puede sonar a perogrullo, no lo es cuando se trata de coaliciones de gobierno y cuando, además, estamos ante el segundo mandato del mismo bloque ideológico.
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Dentro de poco se cumplirán diez años de la primera toma de posesión de Antonio Morales como presidente del Cabildo de Gran Canaria. Llegaba entonces con el aval de una larga trayectoria como alcalde de Agüimes, donde no hubo fuerza política capaz de poner en riesgo sus mayorías y donde, sin embargo, las elecciones generales sí confirmaban que había margen para ello, pues los resultados en esos procesos ante las urnas reflejaban el habitual bipartidismo estatal.
Morales era para un sector del mundo empresarial y del segmento político «un alcalde de pueblo con ideas radicales que pronto chocaría con la realidad de Gran Canaria y en especial de su capital». Lo decían los mismos que subrayaban su protagonismo en la lucha contra la entrada del gas en la isla como fuente para la generación de energía. «Demasiado ecologista para lo que necesita la economía», decían esos mismos... Una década después Morales sigue ahí y ha superado casi sin daños para su imagen la oposición de un sector del PSOE con el que cogobierna, esa fracción que pensó que Luis Ibarra podía tumbarlo en las urnas, que después coqueteó hasta con el PP para evitar un pacto que hiciera presidente insular a Morales y que en 2023 creía que Augusto Hidalgo sí sería capaz de ganarle en votos. Se equivocaron todos ellos de principio a fin: primero, los que lo temían, porque la economía ha crecido en Gran Canaria durante su primer y su actual segundo mandato cabildicio; y también el 'socialismo antiMorales' porque, además de fracasar, ha contribuido a acrecentar su imagen de político imbatible.
Ahora que en Nueva Canarias y sus aliados municipales se ha abierto una fractura que parece irreconciliable, Morales está apelando a la cordura y la responsabilidad para que las guerras de partidos no contaminen la gestión institucional y quemen la hoja de ruta cabildicia. Y tiene toda la razón en ello. Lo contrario sería un suicidio político para quienes lo hagan. Si a la isla le ha ido bien combinando ideología con gestión y cordura, no quitemos uno de los elementos porque todo se puede ir al traste.
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