UD: fracaso deportivo y empresarial

La Unión Deportiva Las Palmas vive con más pena que gloria -en realidad, sin ninguna gloria- el tramo final de la competición liguera. En realidad, el epílogo se parece bastante a lo que ha sido toda la temporada: una sucesión de frustraciones ante la acumulación de malos resultados y, sobre todo, la sensación de que no había una hoja de ruta clara. Ni una alineación definida. Ni un estilo de juego concreto.

El patinazo de ayer ante el Real Zaragoza (0-2) es uno más en la larga lista de decepciones. Da igual que el visitante fuese un equipo mejor o peor situado en la tabla clasificatoria, porque la UD ha demostrado ante todo tipo de clubes su incapacidad para mantener la puerta a cero y para ser eficaz en la meta contraria. Es más, cuesta en esta temporada encontrar una línea del equipo que ofrezca un balance positivo. Y es así porque apenas hemos asistido a una UD que fuese realmente un equipo, pues cada semana, sobre el césped saltaban once jugadores que ponían más o menos voluntad, pero con un esquema de juego sujeto a cambios continuos y donde solo había un denominador común: fiasco defensivo y escasa eficacia goleadora.

Es evidente que las miradas han de centrarse en el área técnica, con Pepe Mel al frente. El repaso de la temporada nos enseña un entrenador que ha estado experimentando cada semana sin dar con la fórmula de éxito. Y es sabido que el fútbol no es una ciencia exacta, pero cuando falla el talante con el que saltan los jugadores, no queda otra que preguntarse si lo que flaquea es la persona que está al frente del vestuario. Más asombroso es que apenas se haya visto autocrítica en Mel, como si el entrenador no tuviera nada que ver con esa falta de una arquitectura como equipo. Con la acumulación de decepciones, lo coherente en alguien con su experiencia habría sido la dimisión hace semanas. Visto que no está por la labor, no queda otra que reclamar que no continúe en el banquillo. Y esperar al final de temporada para el relevo solo sirve para prolongar la agonía.

Esa injustificada continuidad de Mel obliga a mirar hacia la dirección del club, con Miguel Ángel Ramírez al frente. El empresario grancanario debió haber actuado hace tiempo viendo la deriva del juego y la falta de eficacia. Al no hacerlo, ha sembrado Ramírez una duda más que razonable sobre cuál es su estrategia al frente del club. Como principal accionista, nadie le discute que el equipo es suyo, de manera que está en su derecho, como empresario, si quiere conducirlo al fracaso. Pero precisamente ese control mayoritario de la sociedad lo coloca como máximo responsable del fracaso de la UD. No es el quien defiende la portería ni quien debe meter el balón en la meta contraria, pero sí es él quien elige al entrenador que confecciona las alineaciones y quien, viendo la catarata de malos resultados, decide instalarse en la inacción, prolongando así la hemorragia de puntos.

En esta temporada marcada por la pandemia, con las gradas vacías, esa ausencia de público ha servido en gran medida como excusa para no hacer nada desde el palco amarillo. Seguro que habría sido otra la reacción con el público en contra ante los malos resultados, con la afición dando la espalda a los jugadores y mirando hacia la directiva en busca de respuestas y exigiendo responsabilidades.

Esta UD de Ramírez y Mel se queda sin argumentos ante la afición. Ni ha habido juego, ni ha habido resultados, ni ha habido ilusión, ni ha funcionado la generosidad en las segundas oportunidades a futbolistas como Jesé, más preocupado por su éxito en las redes sociales que por meter goles. Solo cabe reconocer el fracaso, disculparse ante la afición, asumir responsabilidades y tomar nota para la próxima temporada. Y si Mel no se va hoy mismo, pues el club debe prescindir ya de sus servicios.