Los indultos a los condenados por el pulso soberanista catalán son como una factura que uno sabe que hay que pagar pero que se empeña en mantener guardada en el cajón. Como si la obligación de abono no existiera. Hasta que llega un día en que suena el timbre, abres la puerta y aparece el cobrador del frac.
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Eso, más o menos, es lo que le ha pasado a Pedro Sánchez con la medida de gracia para los protagonistas del 'procés'. Porque hay que recordar que en la investidura participaron los partidos que representan a los condenados, fuerzas políticas que entonces ya dejaron claro que había que resolver la situación derivada de la condena judicial. Y ese tiempo ha llegado. ¿Por qué ahora precisamente? Pues porque tras el batacazo de la izquierda en las elecciones madrileñas, los independentistas tienen prisa no sea que la legislatura se acabe, mientras que Sánchez también está en aprieto porque quiere ejecutar la medida de gracia para así asegurarse el apoyo de ERC en lo que resta de mandato.
¿Qué coste puede tener para el PSOE? Pues mucho. La prueba está en las manifestaciones de rechazo de algunos barones socialistas. No lo hacen tanto por principios ideológicos como por el miedo a que una campaña en contra del PSOE por esos indultos les acabe pasando factura cuando sean las elecciones autonómicas correspondientes. Ese miedo se incrementa al comprobar que hay un frente común de PP, Vox y Ciudadanos contra las concesiones a los soberanistas condenados.
Si miramos al pasado democrático de España, no es la primera vez que unos indultos abren una polémica política y social de gran calado. Pero no es menos cierto que hay algunos indultos que se concecieron y casi se nos ha olvidado ya, como el tiempo curase espantos y también heridas. Lo digo porque ver esta semana a Felipe González en un programa de entretenimiento como 'El hormiguero' opinando sobre los indultos cuando un ministro suyo y un secretario de Estado bajo su mandato recibieron esa medida de gracia por hechos tan grave como el terrorismo estatal produce, cuando menos, dermatits atópica. Es lo que tiene la desmemoria: la de buena parte del país por el paso del tiempo y la intencionada en el caso de Felipe González. Por cierto, un apunte histórico: en septiembre de 1998, a las puertas del penal de Guadalajara se congregaron unas 7.000 personas para apoyar a Barrionuevo y Vera. Y allí Joaquín Leguina prometió luchar por la libertad de sus compañeros porque Esplaña no podía transitar por «el camino del rencor». ¿Habré oído algo similar estos días?
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