Desconozco la capacidad de gestión ni de trabajo del socialista Blas Acosta. No estoy en el día a día de la política majorera. Pero sí tengo claro que en políticas las formas son importantes, a veces tanto como el fondo, y las que han rodeado su anunciado nombramiento como viceconsejero regional de Economía me parecen muy poco adecuadas, aderezadas, además, por las causas judiciales que tiene pendientes. Su caso no es ni mucho menos el primero ni será el último. Lo que lo distingue es el indisimulado descaro con el que el PSOE ha usado una institución y un cargo público para dar carpetazo a un espinoso embrollo más de su partido, uno de tantos en esta formación tan dada al cainismo.
Publicidad
A los de aquí abajo nos queda el pataleo. Los que legislan, que son los mismos que luego recurren a estas artimañas, se aseguran que no haya normas que las prohíban. Por eso ha dolido tanto en los cabildos que les birlaran esa misma fórmula para la elección de los directores insulares. Les obligan a someter esas ansiadas plazas a la concurrencia pública y eso les limita las posibilidades de maniobra. Les queda el consuelo de los cargos de confianza, como les pasa a los ayuntamientos.
Los que conocemos un poco la política local sabemos que durante años ha sido una norma no escrita que los primeros de la lista de los partidos entren como concejales en el salón de plenos y los que les siguen se tengan ganado un puesto como asesores. Esta tendencia de colar a los afines en puestos de trabajo sufragados por dinero público, en los más diversos cargos, la practican todos, tanto de derechas como de izquierdas. En esto no caben ideologías. Lo hace también Podemos, que ahora anda un tanto sobreactuado con el caso Acosta. Veremos si es solo una pose electoral o el preludio de su salida del Gobierno. Si lo hace, creo, Acosta habrá sido solo la excusa, no el motivo.
Regístrate de forma gratuita
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión