Desafección e indignación
Primera plana ·
El posautoritarismo se desenvuelve perfectamente cuando el ascensor social se rompe, cuando quiebra el pacto entre capital y trabajoLa Gran Recesión de 2008 tuvo como secuela, entre otras, el movimiento 15M. La crisis actual trae consigo una ola de desaliento y conflicto social que late especialmente entre las generaciones más jóvenes; por no mentar aquellas que han sufrido y sufren las dos catarsis económicas mencionadas. No hay trabajo. Y el poco que hay o habrá se antoja precario, mal pagado e impensable que opere como mecanismo de enganche en la sociedad y construcción de la identidad del individuo ante la misma. Y eso genera, para empezar, cabreo y, por ende, desafección e indignación por partes iguales.
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Aunque igual de preocupante es el distanciamiento que la ciudadanía siente hacia los partidos políticos. No sirven como lugar de encuentro de debate y confrontación sino tan solo unos meses antes de las elecciones. Justo cuando mayor demanda de participación podría haber, ganas de implicarse, los aparatos se enclaustran y ahondan en esa espiral de obsolescencia consustancial a la profesionalización del espacio público. Algo que se atestigua, cómo no, cada vez que hay que confeccionar listas o rellenar Gabinetes; y cuantos más años lleves en el tiovivo mayor es la dependencia vital. Eso, a la larga, que ya es la actualidad, impide la regeneración y oxigenación de las diversas siglas.
Y como las organizaciones no hacen sus tareas, será el principio de realidad quien se imponga. Con la anterior crisis se resquebrajó el sistema de partidos y fue cuando irrumpió Podemos y Ciudadanos. Vox es otra cosa, es una réplica al 'procés'. Aún es pronto para atisbar la repercusión política que todo este malestar social tendrá. Pero es evidente que de aquí a 2023 habrán muchos cambios y mal de aquel partido que piense que puede seguir como está sin más, como si no hubiera pasado nada e incidiendo en una repetición de la oferta electoral.
En Canarias se concentra un paro galopante y una creciente desigualdad social. Un retrato que ni por asomo aparece en esa imagen idílica de destino turístico que se promociona cada año; al menos, hasta que el coronavirus hizo de las suyas y paralizó nuestro tejido productivo. La contracción socioeconómica será persistente, no se disipará en 2021. Y desconocemos cuándo retornará el turismo de masas, esos 14 o 15 millones de visitantes que cada curso gastaban sus ahorros (o pedían préstamos) para conocer el encanto de las islas o, más bien, quedarse encerrados en la piscina de un hotel donde tienen todo incluido. Todavía quedan muchas incógnitas por despejar. La principal es si Canarias podrá seguir volcándose en el monocultivo del turismo. En función del desenlace, el futuro de esta tierra será uno u otro. Lo que sí resalta hoy por hoy es el divorcio ciudadano con los representantes públicos. No es que el nivel por lo general haya bajado, que también, sino que aflora un desencanto que atañe a la proyección de las instituciones y la democracia representativa. De repente, asoma el temor que la democracia en sí, tal como la conocíamos, no sobreviva en Occidente en las próximas décadas. El posautoritarismo se desenvuelve perfectamente cuando el ascensor social se rompe, cuando quiebra el pacto entre capital y trabajo.
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