Calor e incendios, nuevos desafíos turísticos

También en septiembre empiezan las clases en colegios y universidades. Lo que, sumado a la habitual reactivación laboral y económica de otoño, nos vuelve a colocar en la cruda realidad de los atascos. En los de nuestras carreteras. En los de la Seguridad Social. O en los de las listas de espera socio-sanitarias. Tiempo y paciencia. Porque magia y milagros, nula o escasos.

Proclamados estos días el inicio del curso político y el académico, cómo no considerar misma importancia respecto al inicio de un nuevo curso turístico. Turismo en Canarias que realiza, durante septiembre y octubre, el recorrido preparatorio hasta el comienzo de la temporada 'alta', fijada en el calendario (y en los contratos entre alojamientos turísticos y operadores vacacionales) a partir del 01 de noviembre. Período transitorio -hasta Halloween o 'finaos'- con un interesante mix de turismo vacacional y congresual. Y previo a la Navidad que anunciará, en Halloween, el árbol de Las Arenas.

Al contrario que, por ejemplo, Baleares, donde la climatología adversa del invierno prácticamente obliga a cerrar sus negocios turísticos casi medio año (desde finales de octubre hasta mediados de marzo), en el caso de nuestras Islas Canarias, es precisamente ese –por ahora- habitual duro invierno continental el que lleva a miles de europeos a 'migrar' por unos días hasta algunas de nuestras islas.

Migración viajera, de ida y vuelta, en busca de la luz del sol canario, todavía sinónimo de apuesta turística segura y satisfactoria. Conforme a su marcado carácter europeísta y al reseñable confort emocional y cualitativo que ofrecen nuestras islas. Aún a pesar de nuestras latentes debilidades como destino (que de sabios es reconocerlas y rectificar a tiempo). Y sin perder de vista otros «soles» competidores que, también en invierno, comienzan a brillar con más frecuencia y energía (Egipto, Turquía, Marruecos). Pregunten a TUI o a Express Travel International.

No obstante, respecto a nuestra afortunada climatología, conviene prestar rigurosa atención al informe del Joint Research Centre JRC (Centro Común de Investigación), vinculado a la Comisión Europea. Actor organizacional clave en los pasos a dar, por parte de la UE, a la hora de confrontar la realidad del cambio climático; de lograr alcanzar los Objetivos y Metas de Desarrollo Sostenible 2030 de la ONU; y de incrementar la competitividad y crecimiento social y económico de Europa.

Porque su estudio 'Impacto regional del cambio climático en la demanda turística europea' ha sido de lo más tajante. Dictaminando que, los hasta ahora anhelados destinos vacacionales europeos, pueden llegar a convertirse en un auténtico infierno, en los meses de verano, por motivo de la dañina combinación entre sucesivas olas de calor (consecuencia del cambio climático), e incendios forestales de sexta generación (consecuencia, entre otros, del abandono de la gestión rural). Desgraciada combinación ya experimentada, aquí en Canarias, y a menor escala, en las últimas semanas.

Un 'estrés térmico' que, -extrapolada la expresión desde el ámbito de la prevención de riesgos laborales al de la demanda turística-, apunta a que, en verano, ante un incremento de las temperaturas de entre 3 y 4 grados centígrados, la potencial pérdida de turistas en las zonas más afectadas por el calor, podría llegar a ser de un 6% de media respecto a los datos de visitantes de 2019. Mientras que, en las regiones del norte, las ocupaciones turísticas podrían llegar a aumentar en torno a un 4,5% en ese mismo período. Todo un desafío para los destinos del sur de Europa, con un riesgo potencial muy elevado de dejar de ser opción vacacional veraniega para millones de visitantes.

Desviándose la demanda, en verano, de esos turistas a zonas más septentrionales del continente (Reino Unido, Escandinavia, países bálticos). Mientras que, en España, serían las regiones de la cornisa cantábrica (Galicia, Asturias, Cantabria, País Vasco), las favorecidas por este nuevo fenómeno turístico-migratorio hacia latitudes norteñas en los meses más calurosos del año. La 'España Verde' casi a punto de arrebatarnos el lema de la 'eterna primavera' por motivo del cambio climático.

Por lo que, ante el inicio de este nuestro nuevo curso turístico 2023-2024, bien está proyectar, de forma genérica, un semestre invernal que apunta a buenos y optimistas resultados en lo que a la actividad principal de nuestra economía se refiere, el turismo.

Con estimaciones relativas a que, a cierre de 2023, podamos alcanzar nuevamente una cifra aproximada –sí, la cantidad también importa- de unos 15,5 millones de turistas, en línea con el excelente trienio que fue el período 2017-2019. Y que, correlativamente, dicha cifra de visitantes, pudiera acabar aportando a nuestra economía la nada despreciable cifra de, aproximadamente, 19 mil millones de euros. Récord de recaudación de IGIC incluido. Y, -como posible bonus adicional y extraordinario-, a la espera de la posible y deseada resurrección de Monarch Airlines y/o de Air Berlin.

Pero inicio del curso turístico que, a su vez, nos obliga ya a reflexionar respecto a cómo confrontar, como destino turístico, el verano 2024. Sobre todo, si, como 'complemento circunstancial de adversidad medioambiental', al informe del JRC, añadimos también la contundente aseveración emanada desde la Asociación de Forestales de España en Canarias (Profor Canarias), refiriendo que «Canarias es un polvorín expuesto a mega-incendios forestales, y lo peor está por llegar».

Destacando Profor Canarias, entre otras medidas compensatorias, que «los usos agrícolas y la ganadería extensiva juegan un papel fundamental, siendo actividades necesarias para mantener un paisaje resiliente que permita preservar toda su funcionalidad, incluyendo la biodiversidad».

Un nuevo ejemplo de cómo, dado el carácter transversal del turismo, en sus planes, previsiones y acciones de a futuro, para un mayor optimismo en perspectivas económicas y sociales, además de informes de toda índole, tampoco está de más escuchar, entre otros, y a pie de terruño, a nuestros agricultores y ganaderos. Quienes lamentan cómo pierden sus cosechas y como merma el número de reses a su cargo y cuidado. Por costes e inflación. Pero, sobre todo, por la sequía que azota al campo. En un archipiélago rodeado de agua por todas partes. Pero que hasta despilfarra el agua desalada.

Y clara muestra de la relevancia y punto de inflexión que, por ejemplo, puede suponer Salto de Chira, en Gran Canaria, como infraestructura puntera en materia de energías renovables. Dada su capacidad técnica y medioambiental para, no sólo llevar agua del mar a las presas, a agricultores y a ganaderos. Sino, al mismo tiempo, de transformar, a mejor, nuestro paisaje agrícola. De reforestar las cumbres de la isla. Y de reducir, considerablemente, la excesiva dependencia en combustibles fósiles.

Constituyéndose dicha infraestructura, como otro gran valor añadido de sus prestaciones, en elemento estratégico en la lucha contra el fuego en nuestras, ya de por sí, reducidas superficies forestales. En avanzadilla de cara a similares proyectos a desarrollar en otras islas. E, incluso, hasta en atractivo turístico – tecnológico.

Lo cual no está de más reseñar como aviso a navegantes para aquellos opositores o negacionistas 'a todo, porque sí'. Seguro que más interesados y atraídos por la noticia de que la NASA reducirá a la mitad de tiempo los viajes a Marte. Que preocupados por el impacto negativo del cambio climático en nuestras Islas Canarias, en nuestra economía, en nuestro turismo y en nuestras posibilidades de futuro.