Hemos pasado de la incertidumbre a la frustración. Y la frustración ha dado paso a la ira. El miedo y la desesperanza nos ha enfermedad tanto como el virus. Esa transformación hacia lo peor de nosotros aflora también en la redes sociales. La ira habitual amparada muchas veces en la cobardía del anonimato, se multiplica estos días en Internet. El blanco fácil es el gobierno, da igual el color. O los inmigrantes, en este caso sí importa el tono de piel.
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Pero también surgen las impertinencias al relacionarnos entre nosotros. Vivimos en la era de la sospecha. Las mascarillas son el símbolo de la desconfianza. Un muro de papel que nos distancia de lo que éramos. Nos hemos convertido en unos desconocidos. El no poder tocarnos también ha provocado distancias kilométricas irreconciliables. Nuestra manera de relacionarnos ha cambiado definitivamente, desfigurando nuestras caras como ocultan sus rostros los ladrones. Ahora todos parecemos culpables.
La ira puede aparecer en una serie de mensajes por whatsapp, por las redes sociales o en la cola del súper. Los debates políticos, futboleros o mundanos son tópicos en donde la tolerancia escasea y el enojo brota demasiado rápido. Los comentarios ofensivos inundan la red, vomitamos ruido sin pensar en los efectos de tanta furia digital. Con el ánimo de generar debates o enfrentamientos ideológicos en busca de soluciones rápidas, se ha popularizado el uso de un lenguaje que sortea los límites del respeto hasta caer en el macabro juego de la ofensa.
Nos desborda demasiada rabia, nos falta prudencia, más generosidad y, sobre todo, nos falta preguntar antes de emitir un juicio. Tenemos primero que saber y chequear la información. Consumimos fácilmente noticias falsas, hemos perdido la capacidad de criticar de forma constructiva; pensamos que los conflictos se resuelven con el insulto o gritando más fuerte sin defender argumentos.
Una simple viñeta puede convertirse en una afilada arma punzante. Hemos perdido hasta la gracia y convertimos un dibujo, el reflejo deformado de la realidad resumida en trazos imprecisos, en una cuestión de estado. Nos ofendemos por todo, seguro que también por este artículo que ni pontifica ni impone pensamientos. En estos tiempos de rabia y confusión hay que recordar que el trabajo del humorista ha sido siempre el de explorar fronteras a través de la crítica, y que su libertad es proporcional a la libertad de expresión de la sociedad que retrata.
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