Hace 35 años, cuando aquello de «todo esto eran plataneras» reunía suficientes mutilaciones al paisaje para convertirse en frase hecha, Los Granjeros de Montaña Cardones utilizaron el folclore como vehículo de denuncia de los problemas de la sociedad canaria de entonces. Y de ahora, porque de aquellos polvos estos lodos.
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Las letras de Pedro García y los arreglos de Manolo Padrón, que sangraban de rabia en los surcos de aquel 'Canto al Guiniguada', lamentaban que bajo la bandera del mal llamado progreso parte de la riqueza natural de las islas fuera cubierto de hormigón.
Aquel Guiniguada al que se evocaba con nostalgia, al que ya le habían hurtado parte de su belleza pasando una carretera por lo que en otros tiempos fue río y derrumbando sus emblemáticos puentes, se niega a morir del todo. Escondido para buena parte de la ciudad, es el refugio para los que necesitan conectar con el aire puro en una Las Palmas de Gran Canaria a la que le están robando la sombra. Una ciudad a la que nadie planteó nunca darle un respiro. Donde el hormigón crece en vertical y en la que en los últimos años proliferan espacios diáfanos sin un árbol que dé cobijo.
Ante esa cortina de cemento gris en la que están convirtiendo la capital se sigue plantando el Guiniguada. Con sus plataneras y sus explotaciones ganaderas. Con esos tramos que huelen a bosta de vaca y que algunos cruzan a toda velocidad en bicicletas de diseño. Por esos paseantes que siempre tienen un buenas tardes en la boca y que murmuran que si hubiera más atención institucional y más civismo en sus usuarios aquello sería un vergel incomparable. Nunca es tarde para 'Querer renacer', como cantaban Los Granjeros.
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