Hoy toca inauguración de los Juegos Olímpicos. De unos Juegos que ya sabemos que serán diferentes; otra cosa. Para empezar, porque se celebran un año después de cuando debiera, y para continuar porque no habrá público, porque no pocos deportistas se los van a perder por los contagios y porque la propia continuidad de la competición está en veremos ante el repunte de contagios. Añadamos a esto que a Japón, que parecía el país perfecto, no le sale casi nada bien de momento: lo último es la dimisión del propio director de la ceremonia inaugural por unos chistes pronunciados en público hace años y que, como otras muchas cosas en estos tiempos, suenan a políticamente incorrectos.
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Pero me incluyo entre los que intentarán hacer un ejercicio de abstracción para que el ruido no empañe el momento. O más bien para que el silencio de las gradas no sea motivo suficiente para quitar valor a la competición deportiva por excelencia, esa que convierte a los ganadores en leyendas de sus deportes.
Seguro que en la memoria de todos hay impresiones de ceremonias inaugurales que abrieron el camino a días de emociones deportivas. Uno recuerda a Epi portando la antorcha en Barcelona 92 y al arquero encendiendo el pebetero, como también recuerda el año que los norteamericanos metieron en la inauguración a un remedo de astronauta portando la llama. Y luego el espectáculo de sentarse ante la tele y dedicar horas y horas a ver a los mejores en lo suyo compitiendo en buena lid -¿por qué será que los deportistas parecen caballeros en los Juegos y un mes después son capaces de darse codazos en otras competiciones?
De casualidad ayer me tropecé con la redifusión televisiva de un reportaje que recordaba el hito que supuso la medalla de plata de España en baloncesto en Los Ángeles, en 1984, con Antonio Díaz Miguel a los mandos de una selección en la que brillaban Corbalán, Epi, Romay y en la que jugó Beirán padre. Es uno de esos momentos que quedan para la historia, como Fermín Cacho levantando los brazos al entrar en meta en Barcelona, Carolina Marín con sus gritos de triunfo, el deporte femenino en su conjunto rompiendo barreras, los pioneros en el medallero español de esgrima y otros deportes que hasta hace pocas décadas parecían patrimonio de otros países.
Empiezan, por tanto, semanas para empaparse de deporte. A horas extrañas pero eso es parte del encanto de cada cita olímpica. Disfruten, por tanto. Yo pienso ver hasta la doma olímpica.
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