Uno tiene una capacidad limitada para asumir cifras. Están esas barbaridades que gastan los horteras magnates financieros en un fin de semana, las desoladoras cifras ... de los muertos en conflicto o a causa de la desnutrición, para las que cualquier contador estremece. Los periodistas sabemos que es muy socorrido hablar de porcentajes. Si decimos que el 78% de nuestros adolescentes varones están enganchados al porno y que un 72% de ellos teme que una chica les acuse de acoso, uno sufre el impacto de ese silencio en el que nadan algunas realidades. Han pasado muchas cosas en este país y en el planeta en los últimos años, tantas, que no sabemos si nos cabe un alfiler de información más en el alma.
Publicidad
Pero estas cifras caseras nos adentran en un mundo sombrío por el que pasamos a tientas y en el que deberíamos intentar poner algo de luz. «A reclamar al maestro armero», decían nuestros abuelos, pero los ciudadanos deberíamos poder exigir responsabilidades a una política nefasta. Irene Montero, hoy diputada en el Parlamento europeo, fue ministra de Igualdad de 2020 al 2023 y ese mismo año abandonó su escaño en el Congreso de los Diputados al no ser incluida en las listas de la coalición Sumar.
Sus soflamas altaneras, su rictus de enfrentamiento perpetuo y sus colaboradoras ineptas en ese ministerio que arrastró al fango muchas de sus conquistas, dejó un rastro indeleble en la sociedad. No voy a decir que su paso por la política haya sido el causante de las termitas de género que poseen nuestros adolescentes, pero su impronta está ahí, confundiendo el tocino con la velocidad. A reclamar al maestro armero, porque la exministra está protegida, respaldada, en un trabajo al que van las peritas en dulce de los partidos, el sueño del escaño en Bruselas.
En la actualidad el Ministerio de Igualdad es, cuando menos, silencioso y no expande la perniciosa inquina de su gestión predecesora. El informe 'Así somos. El estado de la adolescencia en España' que ha presentado arroja datos sobre lo que sienten y el comportamiento de nuestros jóvenes. Lo más estremecedor es su temor al mundo digital del que dependen, y la fragilidad que admiten al pensar en cómo se podrán utilizar sus datos.
Publicidad
La IA se empieza a convertir en una especie de paternidad, amigo, terapeuta, Dios omnipotente al que consultan absolutamente todo. Hemos hecho mucho ruido, la megafonía política aturde, confunde y desvela el escalofrío de la traición permanente. Nosotros, los adultos, mal que bien, nos apañaremos, pero estos chicos están solos, o lo que es peor, acompañados permanentemente de las voces de las redes sociales que acogen la nueva orfandad del ser humano.
Regístrate de forma gratuita
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión