No es este un Congreso para guardar el duelo
El pleno que comenzó con el llanto de Yolanda Díaz por la muerte de su padre acabó con Sánchez y Feijóo atacándose como nunca
La primera niña nacida en el barrio más rojo del municipio coruñés de Fene, en la ría de Ferrol, siempre tuvo a su padre en ... la cabeza y en el corazón cuando la hicieron ministra. Quienes han compartido charla alguna vez con Yolanda Díaz, los salseos en los corrillos del Congreso, saben hasta qué punto su progenitor era el emblema personal y político de la vicepresidenta segunda del Gobierno, siempre presta a hablar de él y de su otra pasión doméstica, su hija Carmeliña. Suso Díaz, el histórico referente del sindicalismo gallego que nutría de carne de su tierra la nevera de la dirigente de Sumar, falleció el martes por la noche en un desenlace que ella parecía llevar tiempo aguardando con temor y pesar.
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Cabía intuir, conociéndola y sabiendo cómo pensaba su padre, que Díaz cumpliría lo anunciado y se personaría a las pocas horas en la tribuna de la Cámara baja para dar la réplica por primera a vez a Pedro Sánchez, el jefe del Gobierno en el que sienta la ministra de Trabajo, a cuenta de la sangría provocada por el 'escándalo Cerdán'. Díaz, de blanco enlutado, se echó a llorar en el escaño de su grupo cuando el presidente homenajeó la figura de su progenitor, «una persona profundamente de izquierdas», bajo el eco acompasado de los aplausos en las bancadas afines. «Hoy subo aquí en nombre de mi padre, que no querría jamás que gobernaran las derechas», se justificó la vicepresidenta, con la huella del duermevela en el rostro, en un encendido discurso en el que su angustia y la que dijo percibir en la militancia progresista ante la suerte de la legislatura caminaron de la mano.
Díaz exigió a Sánchez pero, sobre todo, confrontó con Alberto Núñez Feijóo, ese enemigo íntimo al que siempre dice respetar desde que rivalizaban en su tierra común. La noche antes, en el velatorio público de las redes sociales, el líder del PP había expresado sus condolencias por la muerte de Suso Díaz y transmitido su respeto a su hija. A la mañana siguiente, la 'politesse', si alguna vez la ha habido en los últimos tiempos, terminó de evaporarse del salón de plenos del Congreso. Los populares puntearon con un murmullo que fue 'in crescendo' la diatriba contra ellos de la ministra, que llegó a cruzarse de brazos en la tribuna con mohín de disgusto mientras la presidenta del Legislativo, Francina Armengol, lanzaba una de sus frecuentes –y vanas– admoniciones a sus señorías para guardar el orden. «¡Cómplice!», profirieron los de Feijóo a Díaz cuando ésta regresó a su escaño.
Fue el primer asalto de un barrizal en el que el presidente del Gobierno y el líder de la oposición llegaron a espetarse –y el listón ya estaba muy alto– cosas que nunca se habían dicho de bancada a bancada. Fue en el turno de las réplicas, al que Sánchez llegó con las velas de su supervivencia henchidas tras una primera ronda que había disipado cualquier duda de que sus socios siguen amarrando su suerte a la de la legislatura por muy críticos –la más acerada fue la portavoz del PNV, Maribel Vaquero– que se exhiban con la toxicidad del tridente Cerdán-Ábalos-Koldo.
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No es la primera vez que el jefe del Ejecutivo saca a pasear la fotografía de hace tres décadas de Feijóo navegando con el 'narco' Marcial Dorado. Pero en su afán por transformar el monográfico sobre la corrupción que le interpela a él en un bumerán contra Feijóo, lo atacó con que es el único que «ha mantenido una relación estrecha con un delincuente condenado». Fue evidente que los dardos de la intervención de Sánchez habían hecho diana: el aludido vino a entonar un 'se acabó la fiesta» acusando a su vez al líder socialista de beneficiarse de «prostíbulos», en alusión a las saunas que regentaba su suegro, el padre de la hoy imputada Begoña Gómez.
El canibalismo de ese cruce casi dejó en 'pecata minuta' el intercambio dialéctico de golpes entre dos vascos víctimas de ETA –el exlehendakari y hoy portavoz del PSOE, Patxi López, y el presidente de Vox, Santiago Abascal– a cuenta de las negociaciones para el final del terrorismo y los pactos con Bildu. La jornada había amanecido con un corneado en un electrizante y peligroso encierro de San Fermín. Sánchez salió del suyo con el castigo asumible de unas magulladuras, aunque el riesgo de verse empitonado por quienes hasta anteayer eran los suyos persista.
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