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La vela latina

Sábado, 24 de septiembre 2011, 01:00

Hasta que la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria no contó con un infraestructura portuaria que permitiese el seguro atraque de cuantos barcos pasaban por aquí los botes de vela latina, empleados por nuestra gente marinera desde tiempos remotos por sus bondades para costear y por ser embarcaciones fáciles de arbolar y desarbolar cuando la faena lo exigía, se encargaban de embarcar y desembarcar a pasajeros y mercancías de los buques que fondeaban en la bahía. Así pues, la estampa de los botes de vela latina surcando nuestras aguas está íntimamente unida a la capital grancanaria.

Cuentan que los boteros, cuando el trabajo lo permitía, acostumbraban a desafiarse; sin embargo, estas pegas habituales no pasaban de ser un mero entretenimiento, hasta que en 1904, con motivo de las fiestas patronales del barrio de San Cristóbal, se celebró la primera regata de vela latina canaria con cierto rango de oficialidad en el litoral capitalino.

Las instalaciones portuarias mejoraron y los avances en el mundo de la navegación hicieron que la labor de los botes de vela latina en la actividad portuaria dejase de tener sentido; pero nuestra gente siguió fiel a sus artes marineras y mantuvo la costumbre de organizar pegas con sus tradicionales embarcaciones. Así, en 1933 esta actividad sería reconocida como deporte. Un deporte único y uno de los símbolos identificadores de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria.

Distintos avatares históricos, la guerra civil fue el principal, provocaron que las competiciones se interrumpiesen durante años; pero, la tradición se mantuvo y retornó con pujanza y fidelidad a los botes de siempre, a las mañas de siempre, a la gente de siempre. Y así hasta la fecha.

La historia sigue viva y mañana se escribirá un nuevo episodio de la gran historia de este deporte único, que embellece la capital grancanaria todos los fines de semana de marzo a octubre. Nunca antes cinco botes, de los 17 que componen la flota actual, han tenido que competir para desempatar por el campeonato, la liga por emplear términos futbolísticos, de nuestra vela latina. Es un hito deportivo, pero también mucho más, la pervivencia de una tradición que rebosa cultura e identidad en unos tiempos en los que es fácil sucumbir a la fiebre homogeneizadora y dar la espalda a lo vernáculo.

Los botes, de madera, salidos de las sabias manos de los carpinteros de ribera, esos que no pueden dejar de existir, con su amplísimo velamen, en torno a los que se nucleaban un montón de barrios, volverán a navegar desde la Marfea, allá por donde anda ahora el Tritón, hasta el Boyón de la Campana, a la altura del inicio de la playa de Las Alcaravaneras, dando vida y personalidad a esta ciudad del mar.

Magnífica oportunidad, pues, para animar al reencuentro con una actividad que pervive gracias al esfuerzo de no pocos que, sin embargo, demasiadas veces reciben la incomprensión y poca ayuda de unas instituciones incapaces de entender el patrimonio que atesora la vela latina canaria.

Compatibilizar el tráfico con el seguimiento que hacen los muchos seguidores, y más que tendrían que ser, de este deporte sigue siendo una tarea pendiente.

Toca animar, insisto, al reencuentro con nuestra vela latina, al tiempo que demandar compromisos para con ella, más aún ahora que los nubarrones económicos hacen peligrar la continuidad de algunos históricos patrocinadores que con su empeño han ayudado hasta ahora a la pervivencia de esta seña histórica de esta ciudad del mar.

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