Cazamos un chollo
Apuntes gastronómicos desde la visión del reputado crítico Mario Hernández Bueno
Mario Hernández Bueno
Las Palmas de Gran Canaria
Sábado, 25 de noviembre 2023, 22:41
Al otro lado del teléfono móvil surge una voz de hombre:
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- Digaaaa!
- ¿Es el bar del club?
- Siii
- ¿Abren mañana?
- Siii
- ¿Y puedo hacerle una reserva?
- Si tiene dinero…
- ¿No fían?
- Seifia es un pescado
Me encantan bastantes de los personajes que regentan figones campestres. Ajenos al protocolo, gustan de bromear y me hacen sentir como un conocido. Muy de Cuba. Después, aquella voz, me dio las explicaciones para llegar, que no las cuento para no hacer largo el cuento. Al fin llegué a un edificio grande, obsoleto y algo alejado del núcleo urbano: Gáldar. Y ya en el luminoso bar conocí al patrón, amén de su esposa y un hijo galletón, el equipo habitual del bar y salones de la Sociedad Club de Cazadores del Norte de Gran Canaria en días laborables.
Hay una carta impresa y una pizarra con los cocinados del día. Una descomunal oferta. Hay una heroína en los fogones, no dispone siquiera de freganchín. La carta se compone de: 17 entrantes, 7 platos de cuchara, 13 de carnes y 9 de pescados mas unos cuantos postres. Pedí medias raciones (enormes): la ensaladilla no me enamoró porque lleva cebolla aunque sea de la famosa galdense; otra de calamares fritos; de callos con carne de cochino; de un guiso de cordero y de escalope empanado. Con dos cervezas, un refresco, agua mineral, dos tartas de queso y dos cafés, 53 euros. Casi tan caro como comer en casa. Y las elaboraciones resultaron decentes, sobresaliendo el cordero.
El patrón me contó que hay un buen número de sociedades con mismos fines repartidas por la isla y que en la suya celebra bodas, bautizos y comuniones. Y en uno de esos momentos, en los que estaba menos atareado, le insté a que me dijera su nombre, y al revelármelo di un respingo. René, dijo. Y sin que lo supiera me estaba facilitando el artículo: recordé a un tocayo suyo. Nada menos que al sabio René Verneau, quien trabajó, infatigablemente, en la búsqueda y clasificación de esqueletos y demás restos de la cultura aborigen, que no es guanche. Guanche es un invento sin sostén.
Fue el promotor del Museo Canario de Las Palmas y escribió un libro fundamental para conocer la sociedad, sobre todo rural: Cinco años de estancia en las Islas Canarias (1884-1889). Y también era cazador, pues, con tanto que tenía para contar, se detuvo a relatar pasajes sobre la peculiar cinegética en algunas de las islas.
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De Lanzarote dejó escrito que: «La paloma salvaje (Columba livia) pulula en todo el archipiélago, por lo que no vale la pena criar otra». Y al llegar al caserío de El Mojon que: «Esta caza merece describirse. Intentan apoderarse de avutardas vivas… Los hombres se sitúan en todas las direcciones alrededor… Uno las hace volar, pero no tardan en posarse pues su vuelo pesado no les permite ir muy lejos. Apenas posadas… son espantadas… y vuelven a volar para posarse muy pronto… De esta forma, al cabo de cierto tiempo, el animal, cansado, deja de volar y se deja coger…».
Y ya en la capital anotó: «La caza no abunda en los alrededores de Arrecife y tuve que abatir alondras». En Fuerteventura, al llegar a Malpaís aseguró que: «Esta solamente frecuentado por cazadores. Allí se encuentra tal cantidad de conejos que un hombre acompañado de algunos perros puede llegar a matar, a golpes, hasta 200 en un día». Y de El Castillo dijo: «…vi las primeras palomas salvajes que haya encontrado en Fuerteventura. Vienen en grandes cantidades a calmar la sed en las fuentes de la Montaña». Y de Tenerife narra una exploración por Anaga y anota: «Los gatos salvajes y las perdices abundan en esta parte de la Isla donde nadie las caza».
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Mas, al recorrer Gran Canaria, se detiene en Tirajana y hace un magnífico, delicioso, poético retrato del humilde campesino-cazador isleño: «Quizá en esta región es donde se encuentra la mayoría de esas ricas perdices rojas, tan comunes en todas las montañas de Gran Canaria. A pesar de no comer de la caza, los canarios sienten pasión por ella. Se apoderan de los conejos de la misma forma que en Fuerteventura, o sea, con la ayuda de un galgo y de un palo.
En la mayoría de las casas se encuentran un viejo fusil, todo desmembrado, con frecuencia arreglado por medio de un bramante, y con esta arma dan caza a las perdices, a las codornices y a las palomas. Estas últimas son más numerosas que las primeras. Se las ve arrojarse de golpe en bandadas, compuestas de varias centenas, sobre un campo, donde hacen estragos enormes. Es muy difícil aproximárseles. Para engañarlas, el cazador canario se cubre de ramajes y avanza arrastrándose, cogiendo con una mano el fusil y con la otra una rama, detrás de la que se oculta.
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Cuando se cree al alcance, planta la rama en el suelo y apunta a gusto. Otros se esconden detrás de un matorral y esperan horas enteras a que la caza se aproxime. Pero ¡de qué forma ve recompensada su paciencia! De un solo tiro matan hasta doce o quince palomas. Uno de mis arrendatarios mató veinticinco de un disparo».
La caza en las islas se ha venido perdiendo y su cocina ya nadie la reivindica. Ya casi no hay perdices ni palomas ni codornices. Prácticamente han desaparecido búhos, murciélagos, abubillas, alpispas, cuervos, guirres, alcairones… hasta difícil se hace ver un gorrión o una mariposa. Los conejos enferman y los muchachos de ahora no verán alondras ni avutardas. Ni a los nidos de patos salvajes en el Oasis de Maspalomas. De los más de mil quinientos socios que tuvo la sociedad de cazadores galdense apenas quedan doscientos. Y seguirá mermando. Son los dichosos tiempos, que nos cambian nuestras cosas.
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