Carlos Granés | Antropólogo y ensayista
«A los políticos hoy se les pide épica, pasión y acción»La entrevista ·
«El arte se ha colgado de causas buenistas y eso lo ha convertido en algo prefabricado», aseguraCarlos Granés (Bogotá, 1975) es antropólogo, consiguió el premio extraordinario con su Doctorado en esa especialidad en la Universidad Complutense de Madrid, ha ganado el ... Internacional de Ensayo Isabel Polanco y dos veces el Simón Bolívar de Periodismo, entre otros galardones. Autor de media docena de ensayos de gran lucidez, en su último trabajo, 'El rugido de nuestro tiempo' (Ed. Taurus), disecciona sin piedad todo lo que hay detrás de las batallas culturales de nuestro tiempo y advierte sobre los caudillismos que tras dominar la política latinoamericana durante siglos han llegado ya a EE UU y a Europa. Y avisa también sobre el riesgo para la democracia y para una cultura cada vez más domesticada.
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- Su tesis en el libro es que la cultura ha sido un campo para la experimentación y el libertinaje. La política, en cambio, tenía un compromiso moral, una responsabilidad. Y se han dado la vuelta: la cultura está asediada por compromisos morales y la política polariza y trafica con el rencor. ¿Cuándo empezó esto?
- Después de la crisis económica de 2008. Quizá incluso después de 2011. Se acumulan las crisis y las obras de arte ya no son transgresoras, lúdicas, juguetonas… Al contrario, empiezan a apuntar hacia los problemas de los jóvenes, las crisis económica y climática, el machismo, el racismo. Occidente es el culpable de todo y los jóvenes señalan eso en el arte. Se ve en las bienales, como la dedicada al decolonialismo en Venecia en 2024. Al tiempo, irrumpen en escena políticos que se burlan de la ola moralista y eso les sirve de trampolín. Bolsonaro, por ejemplo, pasa del anonimato a la presidencia de Brasil con una estrategia transgresora.
- Un mantra que circula por ahí es que el arte sin compromiso social es solo decoración.
- El arte siempre ha sido creador de valores, disruptivo. La diferencia es que ahora sus compromisos no parten del arte mismo, sino de las noticias, y apuntala la corrección política.
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- ¿Por qué a un político no le penaliza, más bien lo contrario, sembrar odio y a un novelista se le cancela si escribe sobre un infanticidio?
- Es una paradoja de nuestro tiempo: la de la superposición de la cultura sobre la política. La cultura trabajaba sobre las pasiones, como el odio, pero no desbordaba al campo de la política. El problema es que cuando lo hacen los políticos tienen la misma impunidad que los artistas. La relación con el votante ya no es racional, es emocional.
Caer en su trampa
- ¿Y en qué momento también se dio la vuelta al papel de la vida privada? A un político le penalizaban asuntos que no se tenían en cuenta a escritores, músicos o artistas. Ahora se margina a estos por eso mismo. Hay quien defiende que solo debemos leer libros, ver películas, escuchar música, etc. de buenas personas.
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- Los artistas han sido víctimas de sus trampas. Al ser adalides de las buenas causas, se condenan si no son buenas personas en su vida privada. Se les ve como corruptores sociales si tienen vicios nefandos como el racismo o el machismo. En cambio, los políticos se han desprendido de esa corrección moral. Legitimar la obra de un ser moralmente dudoso validaría esa moral, se dice. Es un salto absurdo.
«Juzgar una obra porque me caiga bien o mal el autor es una idiotez, puro narcisismo»
- Usted dedica su libro a Vargas Llosa. Cuando murió hubo muchos que antepusieron las críticas a sus posturas políticas de última hora al valor de su obra literaria.
- Hubo quienes elogiaron su obra pero enfundados en un condón para no contagiarse de sus ideas políticas. Juzgar una obra según me caiga bien o mal el autor es una idiotez, puro narcisismo. Es asumir que todo el que no sea un espejo de mi personalidad y mis valores es reprobable.
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- ¿La cultura ha de ser un reflejo perfecto de los valores de una sociedad?
- El arte es la única actividad totalmente libre que se realiza sin ponerse en peligro o poner en peligro a otros. Los condicionantes de los que se habla ahora en ese sentido coartan la libertad y se guían por la sensibilidad moral de entidades yanquis, en general universitarias, que por lo visto todos debemos celebrar.
- Y ha de ser además un escaparate de la bondad. Al final, la hagiografía va a ser el género literario del futuro.
- Es algo absurdo que a los políticos les conviene. Por fin han descubierto la utilidad de la cultura. Creen que van a hacer algo bueno con algo que no sirve para nada. El rédito es que la luz recae sobre los políticos y a algunos les parece seductor. Lo importante es para qué le sirve la cultura a un político: para mostrar que es virtuoso.
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- Y no debe ser así, claro.
- La cultura es una fuerza inasible cuando se hace en libertad. Ahora el arte se ha colgado de causas buenistas por el ambiente que vivimos y se ha convertido en algo prefabricado. Por eso es absurdo que se cancelara el libro de Luisgé Martín sobre el 'caso Bretón'. Lo que pasa es que a un político no le funciona la ambivalencia.
- Los escritores han ambicionado eso que se llama la novela total. Eso se ha pasado a la política. Muchos líderes quieren cambiar el mundo radicalmente, pasar a la Historia. No se conforman con gestionar bien.
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- Eso de no conformarse con gobernar bien sino que deben cambiar la Historia de un país es una vieja tradición de América Latina. Es nuestra maldición y viene de lejos porque ya Bolívar fue el primer caudillo refundador. Lo curioso es que eso era una excepción en el mundo. Cuando eclosionó, Chaves fue visto desde aquí con exotismo y fascinación y quizá eso debilitó los anticuerpos. Se trata de figuras que se oponen a la casta política, que quieren deshacer los consensos sociales, que aprovechan la frustración de la gente y proponen una nueva sociedad, una nueva forma de hacer política. Eso empezó a ser una idea seductora también en Europa. Descubrimos así que no era solo un problema de democracias débiles como las de Latinoamérica, sino que se volvió una epidemia que anulaba las defensas democráticas de una sociedad.
- Los populismos se basan en eso. En devolver a un país a su pureza y sus valores tradicionales, cuando no estaban contaminados por la globalización. O en conquistar el cielo.
- Vicente Huidobro decía que la democracia es un colchón de papeles inútiles. Con esa visión, ante crisis brutales como las que hemos padecido, democracia y reformismo parecen poca cosa. Mucha gente es susceptible de encandilarse con propuestas radicales que ofrecen soluciones rápidas. Una derecha en auge, nacionalista, que mira con mucho recelo la contaminación de los migrantes y las instituciones europeas. O una izquierda que lucha contra amenazas opresoras y se obsesiona con la idea de que hay que liberarse de algo.
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- Y a quien es posibilista le acusan de fomentar el 'malmenorismo'.
- Lo mejor que se puede decir de un presidente es que dejó las cosas mejor de lo que estaban cuando llegó. Pero hoy a los políticos se les pide épica, pasión, acción. E identidad: que nos digan quiénes somos y a quiénes debemos odiar. Importa quién es moralmente bueno y quién es moralmente una amenaza para la sociedad. Frente a eso, el reformismo parece aburrido, poco ambicioso, y no conecta con el votante. Conecta mucho más quien te dice que estás en el lado bueno de la Historia.
- Eso genera también victimismo. Si no consigue esos objetivos, que no lo conseguirá, siempre puede echar la culpa a otros.
- Ese es un elemento adicional a todo esto. De pronto, el político descubre que hay entidades mucho más poderosas que se oponen, y que son antidemocráticas. Eso explica que no se haya llegado tan lejos. Y justifica que digan que necesitan más tiempo en el poder. Mire a Trump, uno de los que se ha declarado víctima con más vehemencia.
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«El reformismo parece aburrido. Conecta más con el votante quien le dice que está en el lado bueno de la Historia»
- Después de tantas novelas de dictadores en la tradición española y latinoamericana, tenemos un puñado de gobernantes que piensan que una vez elegidos nadie, ningún otro poder, puede poner freno a sus decisiones.
- Hemos vuelto al presidente demiurgo para quien un triunfo electoral es una carta blanca para hacer lo que quiera. Son figuras que actúan como los artistas, que tienen una visión de lo que ha de ser su obra. La diferencia es que la materia prima de los políticos son los ciudadanos. Y ven los contrapoderes como un obstáculo.
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Caudillismo
- ¿Qué está pasando con los jueces en América Latina, EE UU y España?
- Pues son uno de esos frenos, uno de esos contrapesos, y se les ve como un obstáculo a la democracia, como poderes no legítimos. Es una de las peores ideas que se pueden instalar en nuestras sociedades, porque además revela una falta de cultura democrática.
- ¿Han vuelto los caudillos?
- Cada país está produciendo su propia generación de caudillos, de derechas y de izquierdas, y creen que están representando a la nación.
- ¿Por qué esos caudillos generan tanta fascinación? Pasa con Trump y los conservadores.
- Trump está gustando a la derecha conservadora, y es raro porque eran gentes de orden. Pero se han vuelto adictos a romper las reglas dentro y fuera. Tiene que ver con su éxito con los votantes. Ese éxito ha obligado al partido a seguirlo haga lo que haga. Vox también hace contorsiones ideológicas con él. El conservadurismo español ha sido muy antianglosajón y en condiciones normales Trump sería lo opuesto a ellos, pero ya ve.
- ¿Y las izquierdas con el peronismo o Putin?
- En el caso de Putin por su antiamericanismo. En América Latina ven a EE UU como una fuente de corrupción moral así que siguen a quien sea antiyanqui. Putin convierte una agresión en una lucha contra los poderes agresores, y eso gusta. En cuanto al peronismo, es un nacionalismo que muta. Primero busca engrandecimiento y luego liberación. Juega con esas dos ideas todo el tiempo; a unos lanza un mensaje y a otros, el segundo.
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- ¿Cómo se regenera eso? ¿Cómo se consigue que los artistas, los intelectuales, los escritores, vuelvan a ser los transgresores, los que superan los límites?
- Es difícil. Pensé que iba a suceder con la pandemia, pero me equivoqué. Hasta de un asunto científico se hizo una batalla cultural. La manera de recuperar la cordura es hablar de lo real y esperar a que las próximas generaciones se hastíen.
- Los artistas, en cambio, dependen tanto del poder, de las subvenciones, que quizá tarden más en reaccionar.
- Claro, los encargos, los premios, todo condiciona el buenismo artístico. En los años veinte, en París, se puso como arte oficial el indigenismo. Luego llegaron los poetas del surrealismo y destrozaron todo aquello. El arte es un asunto de degenerados, de delincuentes, dijeron. Tarde o temprano llegará una camada que rechace la presión de ser moralmente correctos.
- ¿Y cómo se convence a los electores que los apoyan?
- Es complicado. Estamos demasiado enganchados al móvil y eso nos lleva a la emotividad. Las redes sociales generan un efecto singular: que quien entra en ellas acabe ofuscado y odiando al de la trinchera contraria.
- ¿Todo es hoy una batalla cultural? ¿El wokismo, el asalto a la separación de poderes, el relato social, la imposición de valores a las manifestaciones culturales si quieren ser difundidas…?
- No hay un intento de comprender lo que pasa sino de asignar quién tiene la culpa. Se trata de identificar un culpable y así tú quedas bien. Mientras el electorado no se mueva, las batallas culturales seguirán usándose. Por eso no se trata de resolver problemas sino de descalificar al otro. Seremos cada vez menos críticos con el líder de nuestro grupo. Tendemos a la satisfacción identitaria de estar en el lado bueno antes que en el de conseguir que las cosas funcionen.
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