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Imagen de archivo de Pedro Lezcano. C7

Lezcano cumple cien años y he recordado...

Centenario del nacimiento de Pedro Lezcano ·

Tributo. Este sábado publicamos la segunda entrega de la serie que este periódico dedica desde ayer y hasta mañana en su recuerdo.

FELIPE GARCÍA LANDÍN

Las Palmas de Gran Canaria

Sábado, 12 de septiembre 2020, 01:00

Año 2000 en Santa Brígida. A Pedro Lezcano lo ha despertado temprano un canario del monte que le trae unos versos de Tomás Morales que ya desde la noche anterior le rondan el ánimo: «Y he recordado.../ El breve rincón de un pueblecillo; /una casa tranquila inundada de sol/ unas tapias musgosas de encarnado ladrillo/ y un jardín que tenía limoneros en flor». Se sienta frente al ordenador para escribirle a su hermano Ricardo: «Bien podría ser este un día cualquiera, de esos que me regala el destino después de haber rozado la muerte con mis labios; un día de prórroga que me recuerda la suerte que he tenido; (...) la suerte que me hace buscar las venas debajo de los brazos para comprobar que aún sigue bombeando sangre el corazón que me habita». Los versos de 'Vacaciones sentimentales' encabezan la carta. Los recitaba cuando era estudiante y no los ha olvidado. Los libros que hemos leído y que quedan fijados en nuestra memoria determinan, como decía Torres de Villarroel, nuestras almas y manifiestan los sentimientos.

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El viejo poeta viene bregando con la enfermedad y el dolor en los últimos años. La cortisona le produce alivios momentáneos. Pero el cansancio y la tristeza -«tengo gris el ánimo»- lo acompañan desde hace años. Ya en 1995 le confesaba a su hermano: «Creo que voy a morirme pronto», pues se siente ya biográficamente cumplido, amortizado, sin ilusión. Tendrá además que vivir en los próximos años con la muerte de una de sus hijas. En 1998, cuatro años antes de su fallecimiento, escribe su último poema, 'Crónica de mi muerte', a modo de testamento poético que recoge algunas claves de su obra. La visión de la muerte formando un todo con la vida es una constante en su poesía, aun en sus años más jóvenes y vitales: «Yo fui silencio y volveré al silencio» o «Yo declaro mi amor a lo que muere. / Siendo fugaz, no puedo amar lo eterno» -'Conformidad'-; En 'Romance del tiempo': «Vivir es nacer muriendo». La asociación vida-muerte-vida aparece en toda su obra: «Y el pequeño lugar que yo ocupaba/ sobre la tierra volverá a estar lleno» pues «en polvo mortal basta una lágrima/ para que surja el barro de la vida». En 'Retorno' sueña con un pino, que simboliza las diferentes etapas de la existencia, «un arrogante pino» que pueda legarle la sombra, el cayado, la mesa y el ataúd. Al igual que el poeta y filósofo Empédocles, cree Lezcano que lo que llamamos vida es sencillamente la capacidad que los elementos tienen de asociarse y disociarse puesto que la naturaleza es un todo perfectamente armónico.

Volvamos al 17 de septiembre de 2000, 80 cumpleaños del poeta en el hogar familiar. Sabe que tiene que esforzarse por aparentar contento. Se lo debe a Carmen, a la familia y a los amigos que han anunciado su visita. El frío mañanero de Santa Brígida, que «abraza las paredes y se cuela en la cama como una amante celosa», le trae un recuerdo lejano. «Y he recordado...» la casa, el huerto, la inocencia de la infancia y la madre. Escuchamos a Tomás Morales: «En la huerta sonaban los gritos infantiles/ que callaban, de pronto, bajo la tarde en paz; /cuando una voz llegaba, serena y protectora, /desde el balcón, donde una enlutada señora/llamaba dulcemente...» a los niños. Lezcano continúa con la carta: «Me nacieron en Madrid, pero a los tres años mi padre me llevó a Cabezamesada, a casa de la abuela Petra. No recuerdo a mi madre; murió en el parto o quizás días después de darme a luz. Puede parecer que aquello fuera una tragedia, pero al no conocer a mi progenitora, no la eché nunca de menos. No se extraña lo que no se conoce».

Cuatro años antes de su fallecimiento, escribe su último poema, 'Crónica de mi muerte', a modo de testamento poéticoLa escritura y el lenguaje poético son el instrumento para la búsqueda de los afectos y le permiten construir la Gran Madre

Lo que pudiera parecer un regreso a la infancia como añoranza de un paraíso perdido cuando ya el poeta se sabe al final del camino no es sino la búsqueda de la madre. La memoria es una fina línea que lo conduce al pasado. Surgen así los símbolos y los arquetipos que se han fijado en la infancia y que aflorarán a lo largo de su obra. Todos los símbolos -la casa, el jardín, la huerta- confluyen en la figura de la madre. Así la casa, que los místicos consideraban un elemento femenino del universo, simboliza la seguridad pues es siempre el refugio. Tanto en el poema de Morales como en el recuerdo de Lezcano la madre acaba siendo el elemento central. Para Morales es una voz «serena, protectora y dulce». En el caso de Lezcano la abuela sustituye a la madre: «Mi abuela Petra era una mujer buena y simple». La madre, fuente de vida, va asociada a la madre tierra, cuyos símbolos son el agua y la caverna -la casa-. La madre además es fuente de sabiduría. El viejo poeta la busca en el archivo: «A veces abro el ordenador (inicio / mis documentos / fotos familiares) y selecciono con el ratón foto madre/Ricardo». Y ante él aparece «esa mujer que mira con inocencia hacia la cámara, recostando a mi hermano en una silla de época» la que fuera su madre. Selecciona su rostro y aplica el zoom para escudriñar cuantos de sus rasgos físicos perviven en él. Se dirige al hermano: «Y entonces, quizás, me inunde un dolor de hambre que nace del apego a la vida que aún tengo». Luego le sale una sonrisa socarrona que no oculta la querencia: «Es probable que mi madre, en el caso de haber vivido para criarme y verme crecer, hubiese dejado en mí algo más que el rostro velazqueño que me pertenece. Quizás un acento, un rumor de caricias, una nana que vuelve a la memoria cuando uno sabe que el Tiempo se escribe con mayúscula». Finalmente expresa un sentido deseo: «Pienso en si se hubiese sentido orgullosa de mis poemas, de mis certezas y miedos. Al viejo no le gustaron nunca aquellos versos en los que decía que nací en un lecho de muerte». Se refiere a un poema desgarrador, por sentido y auténtico, titulado 'Para mi madre' (en búsqueda) y escrito en 1945 cuando contaba con 25 años. Recuerda cómo desde niño buscaba inconscientemente a la madre «por salones de miedos y sábanas en tundra». Busca las caricias, los besos y la calidez de unas palabras que no llegan. «Cuando olvidé en mujeres la mujer que buscaba, / [...]/cuando viví sin tregua, viví a muerte la vida, / llamaba ya a mi pecho la aldaba de la muerta». Pero no responde el poeta a la llamada. Las sombras le rondan como a Rosalía de Castro: «Mi sombra era una sombra guiadora en la tierra, /y yo, sombra asombrada de su sombra, seguía/ preguntándole a nadie. (Las sombras no contestan)». La confesión es un lamento: «Necesitaba madre. Necesitaba fuente/ donde beber, de donde un día haber bebido». Finalmente aflora el dolor y la angustia. Se dirige a la sombra materna: «Nací a tus treinta años como una yedra insana. / Trocar mi vida nueva por tu gastada muerte/ fue mi primer comercio ventajoso y canalla». Sin embargo el poeta busca una luz que le dé esperanza: «He de crearte hija para quererte, madre».

La escritura y el lenguaje poético son el instrumento para la búsqueda de los afectos y le permiten construir la imagen de la Gran Madre. Más allá de los estereotipos de lo femenino, la diosa madre se convierte en el centro de la creación y aúna en su figura naturalezas opuestas como lo femenino y lo masculino, la vida y la muerte. En Lezcano los grandes temas como la paz, la naturaleza, el amor, la amistad, la lucha por sobrevivir se hacen mujer. Así en el poema 'Mujer o tierra', definitorio desde el título, todo es mujer: «Todo lo curvo, el mar, la rosa, la palmera (...) Tierra o mujer que el hombre pisa con paso quedo, / porque es tierra de siembra». Y el final tiene reminiscencias cristianas: « ¡Bendito sea el cruento futuro de su vientre!», pero certeras pues se reafirma en que nacemos para la muerte. En 'Génesis': «Eres nada, mujer, eres la nada/ de donde Dios creara mi universo». En 'Tres mujeres saharauis' se reafirma en que «el hombre es hoy y ayer, / la mujer es mañana». En 'Oda a la muchacha de paz' la mujer es la patria pues es el lugar de nacimiento que une a toda la humanidad «en el himno de amor de su palabra, / bajo el manto estrellado de sus ojos, / tras la bandera limpia de su falda...». En 'Romance en marcha', que rezuma aires lorquianos y hermandianos, aparecen los conocidos tópicos: «Desde la madre a la novia/ va el hombre por senda clara, / y va desde novia a madre/ la mujer que le acompaña». Cierra el poema una confesión inexplicable de la búsqueda:» Yo no sé lo que persigo/ pero hay algo que me falta. / Por eso corro y recorro, / famélico de distancias, / las cuatro partes del mundo» para acabar buscando en su interior.

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Pero volvamos a la mañana del cumpleaños. Ha invocado la casa familiar en busca de la madre y ahora recuerda la cuadra en donde a veces lo dejan dormir tumbado sobre la paja: «Sepultarse en la paja era iniciar una aventura hacia un territorio seguro, cálido [...] Podría ser, a los ojos de cualquier psiquiatra freudiano, un camino de vuelta hacia el útero materno». Ayer como hoy, que se acerca al final, hay un deseo de regresar al vientre materno y cerrar así el ciclo de la vida.

Pedro Lezcano falleció el 10 de septiembre de 2002, siete días antes de su nacimiento. En su correspondencia con su hermano Ricardo hay una carta, premonitoria, fechada en el mismo día y mes de 1998. Le enviaba un borrador de 'Crónicas de mi muerte' que cerraba con estos versos refiriéndose a la muerte que le acompaña: «Ya con mi nueva hija, a quien detesto y amo al mismo tiempo, cogidos de la mano, regresamos a casa». No hay tragedia en ello. «El hombre es un ser para la muerte», afirmaba Heidegger. Las personas y los actos que realizan se convierten en auténticos cuando se reconoce y asume la presencia de la muerte. La escritura supone un recorrido vital para encontrarse a sí mismo y comprender el mundo. La memoria, o sus ecos, son una guía para revivir los paraísos perdidos y el lenguaje poético tiene la capacidad de dar forma a lo desconocido. Toda la obra de Pedro Lezcano es fundamentalmente conceptual, como apuntara Ventura Doreste, y existencial siempre en constante búsqueda de preguntas.

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Nuestro poeta nació un 17 de septiembre hace cien años y renace cada vez que lo leemos.

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