Un riesgo para el transeúnte

En el marco de la política de movilidad aplicada por el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, se instalaron en su día en la calle Diderot y en otros puntos unas barreras en los carriles bici que actúan como guardias muertos.

La finalidad, se supone, era alertar a quien desde el carril bici invada la zona reservada para los coches o al revés. Pero hay un efecto no previsto que está provocando más de un sobresalto a los transeúntes: son barreras que no se detectan con facilidad y que originan más de un traspiés e incluso caídas en el asfalto, lo que supone un riesgo añadido, en especial si hay vehículos circulando.

Al no tratarse de barreras continuas, la utilidad es además discutible. A eso se añade que los carriles bici están delimitados por una línea blanca que es perfectamente visible, lo que hace innecesarias estas barreras adicionales que llegan casi a los cinco centímetros de alto.

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