Isabel Rivero: Quien pueda que le siga el ritmo
Inquieta e incansable, La Galera tiene en esta mujer un referente de compromiso con la ciudadanía
La agenda de Isabel Rivero desquicia a su pequeña nieta de ocho años, un torbellino que enseña a su abuela a hacer llamadas a cuatro en la pantalla de su teléfono pero que cariñosamente le recrimina que su tiempo siempre esté ocupado y que cuando pasean juntas por la calle se pare a saludar a tantas personas. Porque así es la vida de esta vecina de La Galera, durante muchos años referente vecinal del barrio y mujer desprendida, que lo mismo te monta una excursión para los mayores del barrio que se lanza a colaborar en las galas de Pequeño Valiente.
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«He tenido que parar un poco. Por la edad, claro. Pero también porque una tiene que quererse un poco. Ahora hago cosas que elijo para disfrutarlas», señala sentada a la sombra a la entrada de su barrio. Esta declaración vital suena convincente pero pronto queda desmentida por el repaso de los acontecimientos que cada día completan su rutina.
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Isabel Rivero nació en el corazón de Gran Canaria. En el barrio de Arbejales, en Teror. Allí pasó su infancia antes de mudarse con su familia a Las Palmas de Gran Canaria, a núcleos como La Paterna o Los Tarahales. Todo ello antes de instalar el campamento base de su madurez en La Galera, ese barrio que se desgaja de Tamaraceite cuando la carretera enfoca las medianías.
Allí llegó hace algo más de tres décadas para edificar no solo una vivienda sino una forma de crear comunidad. «Cuando llegué parecía el campo, todavía era una zona muy rural. Con menos frío que en Arbejales, claro», bromea. «Y de aquí ya no me voy. Siempre le decía a mi marido que cuando fuera vieja me llevara a San Isidro a enterrarme pero ya no quiero que sea fuera de aquí», añade.
Fue en ese momento en el que se fue movilizando casi sin darse cuenta de lo que estaba sucediendo. A través, como suele suceder, de los entornos educativos de sus dos hijos, y rompiendo el hielo con los desconocidos que pronto pasaron a ser una prolongación de la familia. «Cuando llegué a La Galera no conocía a nadie. Había un pequeño grupo de personas en la asociación. Y entré. En aquel momento era la única mujer que estaba allí pero andaba metida en todo, desde la comisión de fiestas a lo que fuera. Nadie quería ser presidenta ni secretaria y allí que me cogieron de tonta», señala con sorna.
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Al pie del cañón
Hoy está próxima a cumplir los 72 años pero su energía es desboradante. Repite en varias ocasiones que está en retirada pero la realidad ofrece una visión alternativa. Sigue al pie del cañón, recibiendo llamadas de vecinos que reclaman su ayuda. Para tratar de encontrar una puerta de acceso a algún contacto que pueda facilitares información o hasta el soplo de un puesto de trabajo para alguien que lo necesite. Porque para Isabel Rivero, tras muchos años a pie de calle, su red de confianza es un área segura.
Por eso cuando se trata de hacer con ella una retrospectiva de lo que fue La Galera hace años es complicado. «No me da mucho tiempo a pensar porque siempre estoy conectada a la gente», indica antes de dar una pequeña pincelada de recuerdo. «Cuando vinimos a vivir aquí éramos pocos vecinos y los niños jugaban en la calle sin que nos preocupáramos. La gente era de campo y nos conocíamos todos, eso es algo diferente a lo que se vive ahora»..
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Rivero completa ese tiempo que entrega desinteresadamente a lo demás también a su familia. Cuatro nietas y un nieto completan su árbol genealógico. Una extensión de aquella familia que llegó a La Galera hace tres décadas sin conocer muy bien dónde se instalaban.
El barrio ha cambiado en amplitud pero sigue pareciendo el de esos años atrás. Concebido como un núcleo residencial de casas terreras y con pocos pisos de altura. Con talleres y bares a pie de calle, como resistencia del comercio local tan en desuso en el mundo contemporáneo.
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Por sus calles pasea Isabel Rivero levantando acta de los problemas que ve en su entorno. Con la demanda de atención de las instituciones más allá de las rutinarias visitas de los políticos, en las que sus asesores anotan demandas en libretas que después no vuelven a abrir. «Yo no soy ni pertenezco a ningún partido político. Lo que me importa es que las cosas se arreglen por el bien de los vecinos», expone.
Y en esas sigue. Organizando excursiones, con hilo directo a través del teléfono con alcaldes de municipios para avisar que hasta allí que se llega con un grupo. Siendo recibida como en una misión diplomática. Volcada en colaborar en las galas de entidades como Pequeño Valiente o en las de la lucha contra el cáncer de mama. Siempre volcada en ayudar a los demás.
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Así se ha ido gran parte de su vida y eso le ha reportado la sonrisa que porta como enseña: «Trabajé en la cooperativa de las farmacias tomando números de teléfono para los representantes durante algunos años pero mucho tiempo se lo he tenido que dedicar a cuidar de mis hijos o de mis padres», subraya.
Cuando Isabel Rivero se despide de esta conversación enfila hacia su calle. No se ha perdido todavía en el horizonte cuando algún vecino la intercepta para saludarla cariñosamente y ponerla al día. Así es su vida.
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